Muchos preguntan cómo un hombre de hoy puede querer ser o llegar a ser jesuita. A esta pregunta sólo se puede contestar muy subjetivamente. Yo quiero responder muy sencillamente. No porque la Compañía de Jesús tenga "todavía" hoy un no insignificante influjo en la Iglesia; no porque tenga muchas universidades y sabios de todo tipo, o porque se haga sentir en los medios de comunicación etc.,etc. Ni siquiera porque la Orden se haya puesto en muchas países, más claramente que antes, al lado de los pobres y de los oprimidos. Es porque también hoy, por encima de cualquier trabajo pastoral, eclesial o sociopolítico, con o sin éxito, vive, a mi parecer en muchos de mis compañeros un deseo de servicio callado no retribuido, de oración, de abandono al misterio de Dios, de aceptación serena de la muerte tal como ella viniere, de Jesús el Crucificado. Entonces, y en resumidas cuentas, no es en absoluto decisivo ni el "significado" espiritual, o histórico eclesial de un grupo con semejante Espíritu, ni si ese mismo Espíritu se encuentra de la misma manera, implícita o explícitamente, también en otros grupos. Porque tal Espíritu se da. | Pienso en los que andan diariamente en los hospitales a la cabecera de los moribundos y para quienes tiene que hacerse rutinario lo absolutamente único; en los que tienen que poner" a la venta" el mensaje siempre nuevo del Evangelio y a quienes se les agradecen más los cigarrillos que la Palabra de Dios; en aquellos que con esfuerzo y sin éxitos "estadísticos" de Dios intentan encender un chispazo de fe, esperanza y amor en unas cuantas personas. Tales figuras y muchas otras realidades y tareas personales que llegan al mismo misterio de Dios son también hoy lo decisivo y lo que se tiene por tal en la Compañía de Jesús. ...Si hoy en la Compañía se puede vivir el Espíritu vivo de Jesús Crucificado (lo cual, en mi opinión, así es) y si este Espíritu tiene primacía sobre todo lo sociológico y aun lo eclesial, entonces para los que viven en la Compañía de Jesús el futuro de la Orden es, en resumidas cuentas, un realidad de segunda categoría y además llena de esperanza. Por eso puede someterse a la experiencia de una historia de antemano incalculable. Por eso puede aceptar confiadamente vida, éxito y fracaso, prestigio e irrelevancia y hasta la muerte, si necesario fuere, como participación en el destino de Aquél cuyo nombre lleva. Karl Rhaner, sj |
30 diciembre 2010
Lo decisivo en la Compañía
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