06 marzo 2010

El efecto bofetada

¿Qué pasa cuando la propia vida está bien pero sientes que se queda corta? ¿Qué pasa cuando no te sientes lleno sino saturado? Numerosas biografías personales se han tejido y se están tejiendo desde preguntas como éstas. Ven su vida y no es que esté bien o mal simplemente sienten que se les queda corta.

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No se trata de una reflexión sino de una certeza que no pueden quitarse de encima. Y es que por más deseos que acumulen, hay algo que se resiste a conformarse y aceptar el modo de vida al uso. La comprensión de qué es lo deseable, lo lógico, lo previsible, lo aceptable ha quedado trastocada y alterada.

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No han llegado hasta ahí por análisis e introspección sino por una evidencia que se impone. Un buen día sucede: un choque frontal contra la realidad que se había intentado ocultar y que, de pronto, se planta con la arrogancia de quien se siente intocable e invulnerable; una fisura en la esperanza de llegar a ser lo que se deseaba; un desplome estrepitoso de los cimientos en los que se sustentaba; una hemorragia de ideales que parecían dar sentido y orientación. En esos momentos, el deseo ya no sigue un proceso lineal y ascendente sino que queda desnortado, descolocado.

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En esos momentos, la vida como realización de los propios deseos deja de ser la única forma de entenderla. Y es que las cuentas dejan de cuadrar y la hoja de ruta marcada empieza a resultar inconsistente. No es que esté ni bien ni mal, simplemente se están dando cuenta de que puede ser de otro modo. Pero no hay todavía claridad sobre el cómo: las preguntas surgen a borbotones; los intentos por seguir igual, inútiles; las negaciones de la evidencia, inservibles. No hay muchas respuestas, sólo un cúmulo de preguntas que se van amontonando

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Alex Rovira habla del efecto bofetada, un momento de lucidez donde “lo que no nos planteamos por convicción nos estalla en las narices por compulsión y reclama una respuesta. Entonces, la reflexión sentida y el sentimiento pensado se imponen”. Es entonces cuando el mundo construido con tanto esfuerzo queda alterado y se palpa la propia insuficiencia. Es entonces cuando se queda expuesto a una palabra que uno no puede decirse a si mismo.

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Este efecto bofetada suele presentarse no tanto cuando la plenitud se identifica con la realización de ideales sino cuando, en plena crisis de realismo, se vislumbran otros derroteros. Les descoloca porque no estaba previsto en el guión. Les desorienta porque no se sabe interpretar lo que sucede y los recursos adquiridos hasta entonces no sirven. Se encuentran ante algo que ellos no han provocado, simplemente les está sucediendo.

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No es extraño encontrarse con personas que se vuelven a hacer preguntas fundamentales en estas circunstancias y lo hacen, en no pocos casos, a partir de la imperiosa necesidad de reorientar sus vidas. No han llegado hasta ahí de la mano de potentes ideales que se desean vivir, o siguiendo el rastro de nobles metas que buscan alcanzar, sino a partir de evidencias que se imponen. Es un tiempo nuevo en el que hay que desaprender que la plenitud anhelada no es el resultado de los deseos proyectados. Es un espacio nuevo en el que se empieza a descubrir que dicha plenitud es ofrecida y acogida, nunca conquistada.

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