“Ayudar” era una palabra muy querida para San Ignacio de Loyola y los primeros jesuitas. Repetida cantidad de veces cuando se les pedía que se identificaran, que dijeran cuál era su pretensión en la Iglesia, en el mundo… “Lo nuestro es ayudar”. Nuestro modo de evangelizar es ayudar a que las personas hagan un itinerario personal que, ¡ojalá!, acabe en un encuentro personal con Dios, ayudar a las personas a descubrir e interpretar sus inquietudes, búsquedas y experiencias en clave de evangelio.
Es el modo de evangelizar, la pedagogía, cuyo paradigma son los Ejercicios Espirituales, proceso y método aplicable a las más diversas formas de vida y realidades, a los más variados procesos de formación y crecimiento personal, a creyentes y no creyentes…
“Ayudar” es una palabra paradójica y quizá engañosa en su aparente sencillez. Porque es una palabra ambiciosa, muy ambiciosa, que no descarta nada y lo incluye todo con tal que “ayude” (de ahí la total diversidad de campos, oficios y tareas que abordan los jesuitas), pero que sin embargo pide mucha humildad en su realización, si quiere ser de verdad “ayuda” y no imposición o indoctrinación. “Ayudar” pide renuncia a protagonismos, atención al otro, escucha, porque “ayudar” supone priorizar al “otro” por encima de mí, de mis gustos, de mis prioridades, de mis planteamientos iniciales… “Ayudar” es tensión (la espiritualidad ignaciana es una espiritualidad de tensiones) entre magnanimidad y humildad, entre grandeza de corazón en el deseo y sencillez en la realización del mismo.
“Ayudar” es una palabra llena de dinamismo porque para necesidades nuevas está pidiendo respuestas nuevas: “ayudar” no es la simple y reiterada demostración de mis habilidades, sino la permanente adaptación y formación para intentar dar respuesta a los nuevos problemas y desafíos de la humanidad y a las nuevas necesidades de las personas. “Ayudar” es una fuente inagotable de creatividad: creatividad que no son los “ingeniosos inventos” de aquellos eximios doctores de nuestros TBOs (entonces no se llamaban “comics”) infantiles, sino la búsqueda de un servicio y una respuesta “mejor” (el “magis” ignaciano) a las diversas situaciones de la vida.
Para, de verdad, “ayudar” es necesario “contemplar”, mirar con atención y detalle, la atención y el detalle de quien mira con cariño, al mundo que nos rodea. Era la mirada de nuestro P. Arrupe, la que nosotros queremos seguir teniendo…
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