Concluimos el artículo de san Alberto Hurtado sobre la elección de carrera... "El principio está claro, pero ¿cómo conocer cuál es, en concreto, mi mejor camino? La respuesta a veces se ofrece con mucha claridad. Algunas personas saben lo que el Señor quiere de ellos sin la sombra de un titubeo, y marchan tras esa voluntad.
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Otras veces la voluntad de Dios se manifiesta por el análisis de las aptitudes de que Dios ha dotado al joven en vías de elegir. Mis aptitudes, que me han sido dadas por Dios, limitan enormemente el campo de mis posibilidades, excluyen determinadas carreras y modos de vida. Incluso me muestran con frecuencia mi camino en forma positiva.
Cuando Dios da a un joven aptitud y habilidad para cosas excelsas, es indudable que lo llama a algo grande, como cuando su capacidad, su horizonte es estrecho, indiscutiblemente no debe pretender lanzarse a trabajos que superen sus dotes personales.
Reflexionen seriamente aquellos jóvenes que, con toda humildad, pero con toda verdad, descubren en sí huellas más profundas del paso de Dios por sus vidas; sus grandes aptitudes, su sentido social, su espíritu apostólico, su capacidad de arrastre y de organización, su facilidad para propaganda oral y escrita, su don de simpatía, su espíritu de recogimiento, su especial facilidad para orar y sumergirse en lo divino… son dones de Dios, que no les han sido dado para que se recreen vanidosamente en ellos, ni para captar aplausos, ni como medios de surgir orgullosamente, sino como poderosas herramientas de acción, dadas en servicio de la comunidad.
Vemos con frecuencia a muchachos dotados maravillosamente que, por culpa propia o de sus padres, renuncian a explotar estas cualidades y se embarcan en empresas minúsculas en su sentido divino y aun humano. Sus trabajos no tienen otra perspectiva que la de ofrecerles dinero, mucho dinero, que después les traerá confort y les permitirá arrellanarse cómodamente en la vida. ¡Egoístas, duros de corazón! Entierran sus aspiraciones en una cartera repleta de billetes… Pasó su vida. ¿Qué hicieron esos jóvenes de quienes había derecho a esperar tanto?
Una inyección de idealismo y de valores desinteresados, de generosidad y de amor humano y sobrenatural, es una de las más urgentes necesidades de la juventud de nuestra época, para que pueda encontrar su camino en la vida.
Cuando Dios da a un joven aptitud y habilidad para cosas excelsas, es indudable que lo llama a algo grande, como cuando su capacidad, su horizonte es estrecho, indiscutiblemente no debe pretender lanzarse a trabajos que superen sus dotes personales.
Reflexionen seriamente aquellos jóvenes que, con toda humildad, pero con toda verdad, descubren en sí huellas más profundas del paso de Dios por sus vidas; sus grandes aptitudes, su sentido social, su espíritu apostólico, su capacidad de arrastre y de organización, su facilidad para propaganda oral y escrita, su don de simpatía, su espíritu de recogimiento, su especial facilidad para orar y sumergirse en lo divino… son dones de Dios, que no les han sido dado para que se recreen vanidosamente en ellos, ni para captar aplausos, ni como medios de surgir orgullosamente, sino como poderosas herramientas de acción, dadas en servicio de la comunidad.
Vemos con frecuencia a muchachos dotados maravillosamente que, por culpa propia o de sus padres, renuncian a explotar estas cualidades y se embarcan en empresas minúsculas en su sentido divino y aun humano. Sus trabajos no tienen otra perspectiva que la de ofrecerles dinero, mucho dinero, que después les traerá confort y les permitirá arrellanarse cómodamente en la vida. ¡Egoístas, duros de corazón! Entierran sus aspiraciones en una cartera repleta de billetes… Pasó su vida. ¿Qué hicieron esos jóvenes de quienes había derecho a esperar tanto?
Una inyección de idealismo y de valores desinteresados, de generosidad y de amor humano y sobrenatural, es una de las más urgentes necesidades de la juventud de nuestra época, para que pueda encontrar su camino en la vida.
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