20 agosto 2008

La voluntad de Dios (5)

¿Y a quién le cuento todo esto? Quizá lo mejor sea dejarlo pasar y no darle más vueltas. Además, hablarlo con alguien es otorgarle carta de ciudadanía y prefiero, por ahora, dejarlo así. Supongo que buscar orientación sería empezar a reconocer la posibilidad de que es cierto, que todo esto no es una invención mía.

El verdadero discernimiento cristiano es, por lo general, un discernimiento "acom­pañado". Hay otra persona que, con más o menos frecuencia o intensidad, me ayu­da a discernir (¡no discierne ni toma de­cisiones por mí!). Hace eco de lo que yo voy diciendo, me objetiva, me hace caer en la cuenta de los procesos que voy vi­viendo. Ese acompañante es "mediación" y presencia de la comunidad eclesial que se hace presente a mi discernimiento. Por­que así como nuestra fe brota en el seno de una comunidad cristiana, necesita de esa comunidad para madurar.

Un discernimiento auténtico tiene siem­pre en cuenta las repercusiones de lo que se decide en la comunidad eclesial. "Pa­blo insistió bastante en otro aspecto: pa­ra dar por bueno el dictamen de la conciencia en una opción, no basta acu­mular razones objetivas; hay que tener en cuenta la repercusión que va a tener en la actual comunidad de cada uno la decisión que él toma"'. Quizá no sea éste el punto determinante en una elección: habrá oca­siones en que la voluntad de Dios nos pi­da una "ruptura", un gesto de disensión y/o divergencia: pero habrá que tenerlo en cuenta, calibrarlo y sopesarlo.

En otro orden de cosas, un buen discer­nimiento toma en cuenta todos los datos posibles, porque en todos ellos puede ha­ber llamadas de Dios o elementos de con­tradicción. No sólo los datos internos, los procesos interiores o las repercusiones in­teriores de fenómenos externos; también los mismos acontecimientos exteriores, los mismos datos de la vida y de la reali­dad, analizados y percibidos lo mejor po­sible. El discernimiento va más allá de los análisis de realidad, pero no los ignora ni elimina. Detrás de los hechos, los acon­tecimientos, las historias concretas de la vida, hay datos muchas veces decisivos para nuestro discernimiento.

No olvidemos que el deseo de Dios es un deseo sobre el mundo y para el mundo, que la "voluntad" de Dios es, como nos recuerda San Ignacio en una preciosa pá­gina de los Ejercicios (nº 101-109), vo­luntad salvadora que nace de una mirada atenta sobre la complejidad del mundo. "Al desembarcar vio Jesús una gran mul­titud, se conmovió y se puso a curar a los enfermos" (Mateo 14,14): es la mirada al mundo la que "activa" a Jesús. No puede ser cristiano, propio de un seguidor de Je­sús, un discernimiento ciego sobre la re­alidad del mundo, ensimismado, que ignora a aquellos que son los protagonistas y des­tinatarios del proyecto y del deseo de Dios: los hombres y mujeres de este mundo y, de modo especial, los que sufren.

Creo que se colige de todo lo dicho has­ta ahora, pero por si no ha quedado claro insisto una última vez: el discernimiento se sitúa en clima y contexto de relación personal, de amor de y para Dios, de amor con nuestros prójimos. "Es más relación personal que reflexión raciona", no es "un ejercicio 'mental' sino un camino existencia". Es, por tanto, no una lla­mada para una serie de cristianos de éli­te o selectos, sino una exigencia para todos aquellos y aquellas que quieran ser de ver­dad cristianos, seguidores de Jesús y co­operadores del proyecto de Dios, en un mundo tan complejo como el nuestro.

Situado "evangélicamente" el tema de la voluntad de Dios, analizado el significa­do y el proceso del "discernimiento" que nos asocia de hecho a esa voluntad, nos queda una cuestión: ¿cómo se hace eso en la práctica?, ¿cómo un cristiano de a pie, con la formación normal, las preo­cupaciones abundantes y el tiempo esca­so puede vivir todo esto? A ello vamos...

Darío Mollá, sj

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