Siempre había oído decir que la vocación es una "llamada" de Dios y lo cierto es que nunca había entendido muy bien lo que eso significaba. Ojalá fuera así de sencillo: Dios te dice clarito lo que quiere y luego tú ya verás qué haces. Pero no, parece que hay que pelear el tema y eso es justamente lo que no quiere: discernir.
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"Ese combate entre "buen" y "mal" espíritu sucede en el interior de cada uno de nosotros. Hay muchas maneras mediante las cuales Dios aviva cada día el amor y el deseo de dar respuesta a ese amor, da pistas concretas de qué podemos hacer para amarle más a Él y a la gente: eso son las "llamadas" de Dios. Las "llamadas de Dios" no suelen ser fenómenos extraordinarios o paranormales, ni apariciones o revelaciones, ni que Dios nos llame un día al teléfono: son esos impulsos de entrega, de generosidad, de compromiso radical que experimentamos al hilo de las más diversas circunstancias. Hace falta vivir con atención para escuchar esas llamadas. El cristiano atento en la vida a las llamadas de Dios es el "hombre" o la "mujer de discernimiento".
Normalmente una "llamada" de Dios, las llamadas de Dios, en general, son combatidas por el "mal espíritu". Les pone sordina, las hace aparecer como "engañosas", aumenta con extraordinario aumento las consecuencias negativas de seguir esas llamadas, nos ofrece falsas alternativas que nos permitirán (supuestamente) responder a Dios sin hacer lo que Él quiere de nosotros... Y la enorme habilidad del "mal espíritu" es que todo eso aparezca como un movimiento nuestro, muchas veces de lo más "lógico y razonable". El cristiano atento en la vida a las trampas del enemigo es el cristiano de "discernimiento".
Si respondemos a la "llamada" de Dios, a la acción del "buen espíritu", iremos creciendo en el amor e iremos experimentando la alegría y la paz que el amor creciente provocan. Si caemos en el engaño del "mal espíritu", que es nuestra manera habitual de decir que "no" a la llamada de Dios (ya las parábolas de Jesús ponían de manifiesto que a Dios no le solemos dar portazos sino excusas), o simplemente si nos dejamos llevar de nuestra lógica o de nuestra inercia, iremos experimentando, con el paso del tiempo, vacío, cansancio, sinsentido, rutina y falta de ilusión en el seguimiento de Jesús.
Por todo ello es necesario "discernir" para permanecer cotidianamente en el amor, para que nuestra vida sea en concreto una vida sensible al amor, para que nuestros deseos y hechos vayan, afectiva y efectivamente, en la línea del deseo de Dios. Mediante el discernimiento nos disponemos a colaborar con Dios, a cooperar con Él, en nuestra vida personal y en nuestra acción en el mundo. Nos vamos haciendo "capaces de ir coincidiendo cada vez más profundamente con su deseo, ayudándonos a hacer su voluntad no como quien completa un puzzle, sino como quien compone una sinfonía". El cristiano que discierne, el cristiano atento, lee la vida con otra profundidad (en toda su profundidad) y ello le permite vivirla muy de otra manera: desde la libertad del amor y desde un amor que nos hace libres.
Dicho todo eso, que me parece lo nuclear, sobre el proceso de discernimiento como búsqueda de la voluntad de Dios, quiero añadir algunas observaciones que creo necesarias sobre ese proceso de atención para la libertad y el amor que llamamos discernimiento.
El discernimiento cristiano es, en cuanto tal actividad cristiana, acción eclesial, acción en comunión con la Iglesia. No hay discernimiento auténticamente cristiano al margen de la comunión eclesial. ¿Qué significa esto en concreto?, ¿en qué radica lo "eclesial" en un proceso aparentemente tan personal o individual como "mis" respuestas a las llamadas de Dios? Al menos, en tres cosas muy sencillas.
La primera: lo eclesial, la comunidad de los creyentes y sus valores, son marco de referencia en el que se sitúan los discernimientos personales; en palabras de Ignacio de Loyola "es necesario que todas cosas, de las cuales queremos hacer elección, sean indiferentes o buenas en sí, y que militen dentro de la sancta madre Iglesia hierárquica, y no malas ni repugnantes a ella" (Ejercicios n° 170). Por poner ejemplos concretos: no hay que discernir la "opción por los pobres"; ya está claramente afirmada por la Iglesia; lo que es objeto de discernimiento es cómo yo, aquí y ahora, la llevo adelante. No hay que discernir si debo o no evangelizar: he de discernir dónde y cómo evangelizar."
Normalmente una "llamada" de Dios, las llamadas de Dios, en general, son combatidas por el "mal espíritu". Les pone sordina, las hace aparecer como "engañosas", aumenta con extraordinario aumento las consecuencias negativas de seguir esas llamadas, nos ofrece falsas alternativas que nos permitirán (supuestamente) responder a Dios sin hacer lo que Él quiere de nosotros... Y la enorme habilidad del "mal espíritu" es que todo eso aparezca como un movimiento nuestro, muchas veces de lo más "lógico y razonable". El cristiano atento en la vida a las trampas del enemigo es el cristiano de "discernimiento".
Si respondemos a la "llamada" de Dios, a la acción del "buen espíritu", iremos creciendo en el amor e iremos experimentando la alegría y la paz que el amor creciente provocan. Si caemos en el engaño del "mal espíritu", que es nuestra manera habitual de decir que "no" a la llamada de Dios (ya las parábolas de Jesús ponían de manifiesto que a Dios no le solemos dar portazos sino excusas), o simplemente si nos dejamos llevar de nuestra lógica o de nuestra inercia, iremos experimentando, con el paso del tiempo, vacío, cansancio, sinsentido, rutina y falta de ilusión en el seguimiento de Jesús.
Por todo ello es necesario "discernir" para permanecer cotidianamente en el amor, para que nuestra vida sea en concreto una vida sensible al amor, para que nuestros deseos y hechos vayan, afectiva y efectivamente, en la línea del deseo de Dios. Mediante el discernimiento nos disponemos a colaborar con Dios, a cooperar con Él, en nuestra vida personal y en nuestra acción en el mundo. Nos vamos haciendo "capaces de ir coincidiendo cada vez más profundamente con su deseo, ayudándonos a hacer su voluntad no como quien completa un puzzle, sino como quien compone una sinfonía". El cristiano que discierne, el cristiano atento, lee la vida con otra profundidad (en toda su profundidad) y ello le permite vivirla muy de otra manera: desde la libertad del amor y desde un amor que nos hace libres.
Dicho todo eso, que me parece lo nuclear, sobre el proceso de discernimiento como búsqueda de la voluntad de Dios, quiero añadir algunas observaciones que creo necesarias sobre ese proceso de atención para la libertad y el amor que llamamos discernimiento.
El discernimiento cristiano es, en cuanto tal actividad cristiana, acción eclesial, acción en comunión con la Iglesia. No hay discernimiento auténticamente cristiano al margen de la comunión eclesial. ¿Qué significa esto en concreto?, ¿en qué radica lo "eclesial" en un proceso aparentemente tan personal o individual como "mis" respuestas a las llamadas de Dios? Al menos, en tres cosas muy sencillas.
La primera: lo eclesial, la comunidad de los creyentes y sus valores, son marco de referencia en el que se sitúan los discernimientos personales; en palabras de Ignacio de Loyola "es necesario que todas cosas, de las cuales queremos hacer elección, sean indiferentes o buenas en sí, y que militen dentro de la sancta madre Iglesia hierárquica, y no malas ni repugnantes a ella" (Ejercicios n° 170). Por poner ejemplos concretos: no hay que discernir la "opción por los pobres"; ya está claramente afirmada por la Iglesia; lo que es objeto de discernimiento es cómo yo, aquí y ahora, la llevo adelante. No hay que discernir si debo o no evangelizar: he de discernir dónde y cómo evangelizar."
Darío Mollá, sj
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