19 agosto 2008

La voluntad de Dios (4)

Siempre había oído decir que la vocación es una "llamada" de Dios y lo cierto es que nunca había entendido muy bien lo que eso significaba. Ojalá fuera así de sencillo: Dios te dice clarito lo que quiere y luego tú ya verás qué haces. Pero no, parece que hay que pelear el tema y eso es justamente lo que no quiere: discernir.
ppp
"Ese combate entre "buen" y "mal" espí­ritu sucede en el interior de cada uno de nosotros. Hay muchas maneras median­te las cuales Dios aviva cada día el amor y el deseo de dar respuesta a ese amor, da pistas concretas de qué podemos hacer para amarle más a Él y a la gente: eso son las "llamadas" de Dios. Las "llamadas de Dios" no suelen ser fenómenos extraor­dinarios o paranormales, ni apariciones o revelaciones, ni que Dios nos llame un día al teléfono: son esos impulsos de en­trega, de generosidad, de compromiso ra­dical que experimentamos al hilo de las más diversas circunstancias. Hace falta vivir con atención para escuchar esas lla­madas. El cristiano atento en la vida a las llamadas de Dios es el "hombre" o la "mu­jer de discernimiento".

Normalmente una "llamada" de Dios, las llamadas de Dios, en general, son com­batidas por el "mal espíritu". Les pone sordina, las hace aparecer como "enga­ñosas", aumenta con extraordinario au­mento las consecuencias negativas de seguir esas llamadas, nos ofrece falsas al­ternativas que nos permitirán (supuesta­mente) responder a Dios sin hacer lo que Él quiere de nosotros... Y la enorme ha­bilidad del "mal espíritu" es que todo eso aparezca como un movimiento nuestro, muchas veces de lo más "lógico y razo­nable". El cristiano atento en la vida a las trampas del enemigo es el cristiano de "discernimiento".

Si respondemos a la "llamada" de Dios, a la acción del "buen espíritu", iremos creciendo en el amor e iremos experi­mentando la alegría y la paz que el amor creciente provocan. Si caemos en el en­gaño del "mal espíritu", que es nuestra manera habitual de decir que "no" a la lla­mada de Dios (ya las parábolas de Jesús ponían de manifiesto que a Dios no le so­lemos dar portazos sino excusas), o sim­plemente si nos dejamos llevar de nuestra lógica o de nuestra inercia, iremos experimentando, con el paso del tiempo, va­cío, cansancio, sinsentido, rutina y falta de ilusión en el seguimiento de Jesús.

Por todo ello es necesario "discernir" pa­ra permanecer cotidianamente en el amor, para que nuestra vida sea en concreto una vida sensible al amor, para que nuestros deseos y hechos vayan, afectiva y efecti­vamente, en la línea del deseo de Dios. Mediante el discernimiento nos dispone­mos a colaborar con Dios, a cooperar ­con Él, en nuestra vida personal y en nuestra acción en el mundo. Nos vamos haciendo "capaces de ir coincidiendo ca­da vez más profundamente con su deseo, ayudándonos a hacer su voluntad no co­mo quien completa un puzzle, sino como quien compone una sinfonía". El cristia­no que discierne, el cristiano atento, lee la vida con otra profundidad (en toda su profundidad) y ello le permite vivirla muy de otra manera: desde la libertad del amor y desde un amor que nos hace libres.

Dicho todo eso, que me parece lo nucle­ar, sobre el proceso de discernimiento co­mo búsqueda de la voluntad de Dios, quiero añadir algunas observaciones que creo necesarias sobre ese proceso de atención pa­ra la libertad y el amor que llamamos discernimiento.

El discernimiento cristiano es, en cuanto tal actividad cristiana, acción eclesial, ac­ción en comunión con la Iglesia. No hay discernimiento auténticamente cristiano al margen de la comunión eclesial. ¿Qué significa esto en concreto?, ¿en qué radi­ca lo "eclesial" en un proceso aparente­mente tan personal o individual como "mis" respuestas a las llamadas de Dios? Al menos, en tres cosas muy sencillas.

La primera: lo eclesial, la comunidad de los creyentes y sus valores, son marco de referencia en el que se sitúan los discer­nimientos personales; en palabras de Ig­nacio de Loyola "es necesario que todas cosas, de las cuales queremos hacer elec­ción, sean indiferentes o buenas en sí, y que militen dentro de la sancta madre Igle­sia hierárquica, y no malas ni repugnan­tes a ella" (Ejercicios n° 170). Por poner ejemplos concretos: no hay que discernir la "opción por los pobres"; ya está clara­mente afirmada por la Iglesia; lo que es objeto de discernimiento es cómo yo, aquí y ahora, la llevo adelante. No hay que dis­cernir si debo o no evangelizar: he de dis­cernir dónde y cómo evangelizar."

Darío Mollá, sj

No hay comentarios :

Publicar un comentario