04 septiembre 2009

El sacerdocio en la Compañía de Jesús

El sacerdocio en la Compañía de Jesús consiste para mí esencialmente en dos cosas: primero en la respuesta de entrega a un amor primero que se traduce en llamado, y luego en una Misión en un cuerpo apostólico.
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En primer lugar ser sacerdote es una respuesta agradecida a la experiencia primera de sentirse hijo amado del Padre Bueno. La profunda experiencia de un amor que nos sobrepasa y que sobreabunda en nuestra historia. Un amor que es pura gracia, que es fuente de deseos y que en lo más profundo es el único sentido y sostén de la vocación.
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En segundo lugar, el sacerdocio en la Compañía de Jesús, significa también una misión como jesuita, como compañero de Cristo en su Misión. El sacerdocio ministerial se traduce en “modo de vivir” el don de la vocación y de la colaboración en la misión de Cristo. En este sentido, siento que en la misión de la Compañía, es el mismo Cristo quien llama a colaborar con El, quien envía a ser reflejo de su rostro y quien sostiene en el deseo de entregar la vida a los demás.
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De este modo, descubro tres imágenes del evangelio que me ayudan a concretizar y aterrizar lo que significa para mí esta doble dimensión del sacerdocio en la Compañía de Jesús.
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En primer lugar, la imagen del Buen Pastor que “da la vida” por sus ovejas. Pastor cercano que conoce la voz y sabe lo que le pasa a cada una de sus ovejas, cuidándolas y estando siempre atento, especialmente con aquellas que son más débiles.
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En segundo lugar, la imagen de Jesús caminando junto a los peregrinos de Emaús. Jesús que sale al encuentro de los “peregrinos” y se pone a caminar junto a ellos, escuchando con atención lo que está pasando en lo más profundo de sus vidas: sus preguntas, sus problemas, sus dudas, sus miedos, sus deseos, sus esperanzas. Jesús, quien al compartirse y entregarse como pan de vida, les ayuda a abrir los ojos y a reconocer la presencia fiel de Dios entre nosotros y la incondicionalidad de su amor con toda la humanidad. Palabra que anima, que ayuda retomar el camino y que mueve a ser testigos de este amor.
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Finalmente, la imagen de San José, como un servidor silencioso de la Misión del Padre, que con fidelidad escucha la voz de Dios, poniéndose en camino y dejándose conducir por el Espíritu, para así ayudar a que nazca Jesús en el corazón del mundo. Del mismo modo, un hombre que con sencillez y cariño cuida de María y del niño Jesús. Un hombre humilde que trabaja con paciencia la madera y que siempre está atento a las necesidades de quienes lo rodean, especialmente de los más “pequeños”, como el niño Jesús.
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Cristián Rodriguez, sj
tomado de www.jesuitas.cl

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