17 julio 2009

Lo intocable

La verdad es que nos lo meten hasta por las orejas, convirtiéndola en una vaca sagrada e intocable. Y la cuestión no está en ella sino en la versión que nos cuelan de ella hasta hacerte comulgar con ruedas de molino. Creo que no lo había dicho todavía, estaba hablando de la felicidad.
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Seguro que habéis visto el Señor de los anillos. Gollum se pasa toda la trilogía anhelando y suspirando por su preciado anillo y en cuanto puede empieza a exclamar aquello de "mi tesoro". ¿No nos estamos convirtiendo en un poco Gollum suspirando por "mi felicidad"? Claro, a ver quien es el listo que la suelta. Atada y bien atada.
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Va a ser cuestión de exorcizar esta carga pesada que nos han colgado y quitarnos de encima este sanbenito. Va a ser cuestión de empezar a conjugar la felicidad de otra forma más evangélica, transitando derroteros que nada tienen que ver con millas de oro ni con logros alcanzados ni éxitos acumulados. El camino pasa poniéndose los últimos de la fila y no es por virtud sino porque desde allí al fondo la felicidad se entiende de otro modo.

1 comentario :

  1. El problema de la ‘felicidad’ tiene una fuerte carga de nominalismo.
    Unos llaman ‘felicidad’ a la simple ausencia de dolor. Pero dedicar demasiado tiempo a no sufrir, a evitar el contacto con toda fuente de dolor nos lleva inevitablemente a no sentir, a perder el contacto con toda fuente de alegría.
    Otros llaman ‘felicidad’ a la satisfacción de todos sus placeres. Pero esta búsqueda es demasiado frágil, el objeto demasiado voluble y caprichoso.
    Pero la felicidad ha de ser algo más que eso. Hemos de ser un poquito más ‘ambiciosos’. No podemos conformarnos con una felicidad que desaparece si sufrimos. No podemos conformarnos con una felicidad que nos abandona si dejamos de tener éxito, dinero, admiración.
    La felicidad es algo que, una vez encontrado, no puede ya abandonarte.
    Jesús nos dijo dónde está esa felicidad (Mt 5, 1-12). Una felicidad que no se escapa a través de las heridas, y que desborda el corazón aunque tengamos vacíos los bolsillos.
    Ese amor de Dios, la más perfecta fuente de energía que, cuanto más se 'explota', más yacimientos produce.

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