04 mayo 2009

Es bastante probable

Es bastante probable que Jesús, su persona, no sea ese sentimiento más o menos intenso que podemos tener ni siquiera esa pasajera sensación que experimentamos en determinados momentos.

Es bastante probable, incluso, que no tenga mucho que ver con ese cúmulo de ideas que nos hemos hecho acerca de él.
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Su persona, él mismo, ¿no está todavía por descubrir y experimentar? Nuestra capacidad de acoger tal presencia ¿no necesita dilatarse, ampliarse, expandirse hasta dar cabida a tanto amor apasionado por cada uno de nosotros?

Nuestro atrevimiento es inmenso. La osadía de la Iglesia no conoce límites al seguir confesando y proclamando que hoy, ahora mismo, cada uno de nosotros puede vivir esta experiencia de su presencia viva y resucitada.

Puede que no tengamos especial reparo en aceptar algo así, aunque no acabemos de comprender muy bien qué significa. Puede, incluso, que lo aceptemos sin tener muy claro que en algún momento nosotros hayamos vivido la experiencia de semejante presencia.

De todas formas, ser cristiano ¿no es vivir unos valores? ¿No es vivir conforme a unas ideas? Es bastante probable pero también lo es que vivir así el ser cristiano no es que esté bien o mal, simplemente es insuficiente, se queda corto, muy corto, hasta que llega un momento en que no da más de sí.

¿Acaso unos valores, por buenos que sean, son capaces de saciar lo más profundo de nuestras existencias? ¿Acaso unas ideas, por santas que sean, son capaces de colmar los anhelos y deseos que nos habitan?

Los Evangelios conservan el recuerdo de Jesús como Aquel que es el impulsado por el Espíritu. Así lo reconocieron aquellos primeros testigos que compartieron durante tres años, día tras día, la vida con Él. Lo estaban viendo con sus propios ojos.

Estaban viendo que Jesús era conducido a lugares que repelen, que se rechazan, que se evitan a toda costa. Lugares habitados por los perdedores, los fracasados, los que no cuentan, los ninguneados, los despreciados por inútiles, por idiotas, por inservibles para un sistema perverso y pervertido.

Allí, en medio de todas esas gentes, Jesús se hizo Pastor bueno que carga con los agotados, se hizo Camino que conduce a la Vida y Luz que la alumbra. Se hizo Puerta que da paso a la dignidad robada y Pan que fortalece para seguir avanzando. Fue justamente allí, en medio de todas estas gentes, donde Jesús oteó su horizonte de Cuerpo entregado y Sangre derramada.

Lo estaban viendo con sus propios ojos pero se resistían. Lo que ellos veían como pérdida para Jesús era ganancia y lo que para ellos era ganancia, para Jesús era pérdida. No lo entendían. No le entendían pero le querían con locura y sólo querían estar a su lado.

Jesús les quiso conducir a esos mismos lugares, con esas mismas gentes, porque sabía que allí, allí abajo, el Reino de Dios resplandece con tal fuerza que es evidente y la alegría es tan plena y tan desproporcionada que te desborda.

Quizá sabía que por ellos mismos no irían allí, que no caerían tan bajo, tan abajo.
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Quizá sabía que se agarrarían con fuerza a sus justificaciones para mantenerse en sus status, en sus seguridades y que, por nada del mundo, las soltarían.
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Quizá por eso nos contagió su Espíritu para que fuera éste quien nos moviera en la misma dirección en la que él se movió.

¿Acaso, en algún momento, no has reconocido en ti deseos de que tu vida fuera en la misma dirección en la que fue la de Jesús? ¿Acaso, en algún momento, no has intuido que podías perdonar setenta veces siete o ponerte a servir en vez de ser servido? ¿Acaso, en algún momento, no has comprendido que vivir para asegurarte tu propio futuro te deja tranquilo pero vacío?

Es probable, bastante probable que algo de esto y quizá mucho más te haya pasado por la cabeza y por el corazón. Es probable que lo hayas dejado pasar y hasta perder en el olvido o quizá no. Sea como sea, lo único cierto es que donde acaba la lógica humana de lo razonable empieza la vida según el Evangelio.

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