15 abril 2009

Carta de Cardenal Martini a un joven (1)

Querido amigo: Esta carta, quizá, te pille de sorpresa, porque no responde a una carta previa o a una pregunta precisa. Ha sido una iniciativa mía y, con ella, quiero contarte, calmada y meditativamente, algunas cosas que hubiera querido decirte ayer, apresuradamente, después de la misa celebrada en tu parroquia con ocasión de la visita pastoral.
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Fuiste el representante de los jóvenes en la oración de los fieles. No recuerdo, exactamente, tus palabras precisas. Pedías por todos los jóvenes, para que sepan "regalar un poco de su propio tiempo y de sus energías" al servicio de los hermanos, tanto en el seno de la comunidad cristiana como en el de la sociedad.
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Aprecio cualquier esfuerzo con el que un joven intenta vencer su propio egoísmo. Pero ayer se trataba de una oración en la que pretendíamos trazar, no ese camino de las pequeñas luchas humanas contra el egoísmo, sino un ideal de vida cristiana para el que invocábamos la gracia y la bendición del Padre.
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Y es sobre este punto que quiero compartir mi reflexión contigo. Perdona la claridad: tu oración estaba equivocada, no se trataba de un ideal auténtico de vida cristiana. Cuando está en juego la entrega a los hermanos no se puede hablar de "un poco" o de "un tanto así" como si se pudiera medir lo que debe ser dado.
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La entrega interpersonal sea la que sea y a quien sea, es, por su propia naturaleza, absoluta e incondicional. Una consideración profunda sobre las relaciones entre las personas, debe hacerte comprender que, éstas, no exigen esta o aquella cosa, este o aquel servicio, este o aquel tiempo…, como si pudieras medir la cantidad y el grado de las energías y del tiempo que debes entregar.
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La persona humana exige muchas cosas. Pero son siempre concreciones momentáneas; son expresión de una amistad, de un interés, de una acogida que no pueden agotarse en ese gesto particular que has realizado. Esos signos sobrepasan las acciones concretas y se convierten en la raíz fecunda de otros gestos siempre nuevos y de otros servicios mucho más intensos. Tú crees en serio y, por tanto, puedes encontrar el sentido profundo de esa "totalidad" que acompaña la entrega de la persona humana, cuando, juntamente con otras, con humildad y tesón, busca aquel bien misterioso y divino que habita en el interior de todo hombre y le confiere su dignidad absoluta; la libertad y el deseo de infinito.
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Además, tu no crees en un Dios genérico, sino que has tenido la gracia incomparable de amar al Dios de Jesucristo; es decir, al Dios que en Cristo se ha entregado al hombre totalmente hasta la muerte de cruz, y ha querido al hombre consigo hasta la plenitud de la resurrección.
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continuará

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