15 agosto 2008

15 de Agosto de 1534

París. Fiesta de la Asunción de Nuestra Señora. Año 1534. Un grupo de siete estudiantes universitarios se dirigen a la ermita de san Dionisio en las proximidades de la ciudad. Ignacio de Loyola, Pedro Fabro, Francisco Javier, Simón Rodriguez, Diego Laínez, Alfonso Salmerón y Nicolás Bobadilla hacen voto de pobreza, castidad y de ir a Jerusalén. Su determinación: "emplear toda su vida en servicio de Dios, ayudando en cualquier circunstancia que pudiesen para salvar al prójimo". Se están poniendo los primeros cimientos de lo que será la Compañía de Jesús. Uno de ellos, Simón Rodriguez dejó constancia de lo acontecido.

[12. Decisión de peregrinar a Jerusalén]

Perseverando los siete padres mencionados -porque toda­vía entonces los otros no tenían la misma determinación-, y cre­ciendo cada día más en nuevos deseos y amor de su determina­ción, se comenzó entre ellos a tratar del tiempo que sería bueno para salir de París, y así comenzar a dar principio a sus deseos. Dado que, conforme a la determinación que tenían de emplear su vida en servicio y ayuda de la salvación del prójimo -una vez que el Señor los hubiese traído de vuelta de su peregrinación a Jerusalén-, les pareció que requería este ministerio alguna mayor suficiencia de letras de la que hasta entonces se tenía, y así deter­minaron estar todavía en París tres años, poco más o menos, con­tinuando sus estudios de Teología sin hacer ninguna otra mudanza exterior de vida, y que cada uno permaneciese así como hasta entonces estaba.

A esto se juntó el parecer conveniente que, pues habían de seguir una empresa tan grande y de tantos trabajos y dificultades, era bueno que primero, por algún tiempo, encomendasen este negocio a Dios y procurasen hacer alguna mayor provisión de virtu­des para poder lIevarlo adelante y resistir y vencer las contrarieda­des y tormentas que después habían de suceder.

[13. Decisión de dedicarse a trabajar, en pobreza, por la salva­ción del prójimo]

Después de esta determinación, se trató y pareció ser conve­niente, para más firmeza del asunto, que todos hiciesen voto de pobreza y castidad, y de ir a Jerusalén, y después, tornándolos Dios de allí, de emplear toda su vida en servicio de Dios, ayudando en cualquier circunstancia que pudiesen para salvar al prójimo, tanto fieles como infieles, principalmente predicando la palabra de Dios y administrando sin ningún estipendio los sacramentos de la confe­sión y comunión.

Luego se declaró que el voto de pobreza no se aplicase mien­tras estuviesen en París estudiando, ni tampoco les privase de la provisión que era necesaria para la peregrinación a Jerusalén. Tam­bién hicieron voto de no aceptar remuneración por las misas que dijesen, reconociendo sin embargo que era lícito recibir limosnas, así por las misas como por los otros ministerios. Sin embargo, ellos, por querer abrazar más la pobreza y perfección evangélicas, quisie­ron privarse de aquello que les era lícito, a fin de evitar, en la medi­da de lo posible, las calumnias y la malicia de los herejes, quitándo­les la ocasión de decir que, bajo pretexto de piedad, aquello lo hacían para hacerse ricos y ganarse mejor la vida.

[14. Acuerdos para después de la peregrinación]

Visto que algunos deseaban ardientemente llevar la luz de la verdad evangélica a los infieles, se comenzó también a tratar este asunto. Y como todos tenían las voluntades y corazones dispuestos y deseosos de morir por lo que fuese más servicio de Dios, todos convinieron en los mismos deseos, unos con más calor y otros con menos, según la medida del don de Cristo.

Con el consenso de todos, concretaron sus deseos de la manera siguiente: todos irían a Jerusalén y allí nuevamente enco­mendarían este punto a Dios. En el caso de que los propósitos fue­ran aprobados por la mayoría, aceptarían la resolución como inspi­ración divina: si a la mayor parte de ellos le pareciera que se predicase a infieles, pues allí ya estaban a pie de obra, que así se hiciese; y si la mayoría fuese del parecer contrario, que entonces todos regresasen sin hacer entre sí división alguna.

En la misma ocasión acordaron que, si transcurrido un año después de llegados a Venecia y una vez hechas todas las dili­gencias posibles, no pudiesen pasar a Jerusalén, que entonces quedarían libres y desobligados de la tal ida y voto de ir a Jeru­salén. También decidieron que, una vez vueltos de Jerusalén, o no pudiendo pasar allí en el transcurso de un año, que entonces todos fuesen al Papa y que como Vicario de Cristo le diesen par­te y declarasen que todos tenían que servir a Dios -lo cual era firme determinación de emplear toda su vida en servicio de Dios y bien del prójimo de la manera que arriba he dicho-, y le pidie­ran que los aconsejase y encaminase. Y que aprobando Su San­tidad esta determinación, entonces le pidiesen -para esto poder hacerse mejor- licencia para predicar y administrar los santísi­mos sacramentos de la confesión y comunión por todo el mundo. y que entonces, si Su Santidad les mandase predicar a infieles, que para todo se ofrecían y estaban aparejados a hacer sin repli­car nada.

Ésta que hemos declarado fue la primera traza que la sabidu­ría divina dio a la Compañía, y fue hecho este voto por primera vez el año -si bien recuerda- de 1534, el 15 de agosto, día de Nues­tra Señora de Agosto, fiesta de su santa Asunción a los cielos, a la cual todos tomaron en este negocio por inspiradora, protectora y particular intercesora ante su hijo Jesucristo nuestro Señor; y tam­bién tomaron por intercesor al bienaventurado mártir san Dionisio, en cuya capilla hicieron los dichos votos.

[15. La capilla de los votos de Montmartre]

Eligieron y determinaron que fuese el lugar para hacer este voto un monte, llamado Monte de los Mártires, que está como a un cuarto de legua fuera de París, en una ermita de san Dionisio, por estar solitaria y en medio de aquel monte y para poder hacer más devotamente este sacrificio que de sus personas querían ofrecer a Dios, primero se prepararon con ayuno, oración, confesión y con algunas otras penitencias corporales.
Este voto después se hizo otras dos veces en el mismo día de años siguientes y en el mismo lugar y capilla o ermita de san Dioni­sio; en estas dos renovaciones no se halló presente el padre Ignacio por determinadas circunstancias, pero todo se hacía por su con­sejo y parecer. En el segundo año, en que se volvió a hacer dicho voto, dudo si ya entonces se hallaba presente el padre Claudio Jay049, pero en la tercera vez, que fue la última renovación, estuvo presente él y también los otros dos padres que fueron los últimos que Dios trajo a la misma vocación.

[16. Rito de los votos]

Por tanto, estando juntos en aquella ermita y sin ninguna otra gente de fuera, celebró misa el padre Fabro y, antes de dar la comu­nión a los compañeros, sosteniendo en las manos el Santísimo Sacramento se volvió hacia ellos, y cada uno por sí mismo, con las rodillas en tierra y el corazón en Dios, hizo su voto con voz clara y oída por todos, y después todos recibieron la comunión. El padre Fabro, volviendo al altar, antes de comulgar, hizo el mismo voto con voz alta y clara, de forma que todos pudieran oírlo.

[17. Recuerdo consolador de aquella fecha]

Le aseguro a Vuestra Paternidad que aquellos padres hicieron este sacrificio de sí mismos a Dios, entregándose a Él tan de ver­dad, con tanta renuncia de sus propias voluntades y con tanta devo­ción y confianza en su misericordia, que algunas veces después, pensando en ello, me crecía nueva devoción y admiración. A Dios sean dadas las gracias y alabanzas por todas sus obras, porque se acordó de nosotros, usando de su misericordia.

[18. Alegría compartida después de los votos]

Después de acabado lo dicho arriba, la mayor parte que que­daba de aquel día lo pasaron los compañeros junto a una fuente, que está al pie de aquel monte, de la otra parte de la ermita donde hicieron los votos -en la cual fuente quieren decir algunos que san Dionisio, llevando la cabeza en las manos, lavó la sangre que de él corría-, tratando con gran consolación y gozo espiritual de la ter­minación y propósitos que tenían de servir a Dios, y ya cerca de la noche se volvieron a sus casas alabando y bendiciendo a Dios.

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