Vivificante e indivisible Trinidad que habitas una luz inaccesible y abrazas con una sola mirada toda la redondez de la tierra: Viendo perderse la obra de tus manos por causa del pecado, en tu amor infinito has decidido hacer redención del género humano.
Llegada la plenitud de los tiempos, el Hijo unigénito y Verbo de Dios, siendo inmortal, ha aceptado por nuestra salvación encarnarse en el seno de la virgen María y hacerse hombre.
En su ministerio de consolación en medio de nosotros, recorrió ciudades y pueblos, predicando la presencia del Reino de los cielos, llamando a todos los hombres a la conversión y curando muchos enfermos.
Entregándose voluntariamente a la muerte, extiende sus brazos en la cruz. Muriendo destruye la muerte y con su resurrección nos ha donado la vida.
Apareciéndose Resucitado a su Iglesia ha mostrado el precio de nuestro rescate en sus llagas gloriosas; y donando su Espíritu ha enviado a sus discípulos al mundo, para que trabajando con él bajo la bandera de la cruz puedan seguirlo también en la gloria
Ahora, nos confía la tarea de inflamar el mundo con el fuego de su Evangelio para que predicando en suma pobreza espiritual no encontremos mayor gozo que cumplir la voluntad del Padre.
Deseando no ser sordos a su llamada pedimos la gracia de comprometernos y distinguirnos en servicio del Rey Eternal y Señor Universal, queriendo renovar nuestra entrega, para conquistar junto a Ignacio y a la Compañía del cielo el premio prometido a los buenos trabajadores del Evangelio.
Llegada la plenitud de los tiempos, el Hijo unigénito y Verbo de Dios, siendo inmortal, ha aceptado por nuestra salvación encarnarse en el seno de la virgen María y hacerse hombre.
En su ministerio de consolación en medio de nosotros, recorrió ciudades y pueblos, predicando la presencia del Reino de los cielos, llamando a todos los hombres a la conversión y curando muchos enfermos.
Entregándose voluntariamente a la muerte, extiende sus brazos en la cruz. Muriendo destruye la muerte y con su resurrección nos ha donado la vida.
Apareciéndose Resucitado a su Iglesia ha mostrado el precio de nuestro rescate en sus llagas gloriosas; y donando su Espíritu ha enviado a sus discípulos al mundo, para que trabajando con él bajo la bandera de la cruz puedan seguirlo también en la gloria
Ahora, nos confía la tarea de inflamar el mundo con el fuego de su Evangelio para que predicando en suma pobreza espiritual no encontremos mayor gozo que cumplir la voluntad del Padre.
Deseando no ser sordos a su llamada pedimos la gracia de comprometernos y distinguirnos en servicio del Rey Eternal y Señor Universal, queriendo renovar nuestra entrega, para conquistar junto a Ignacio y a la Compañía del cielo el premio prometido a los buenos trabajadores del Evangelio.
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