Abrimos los ojos,
salimos a la calle, y mil llamadas humanas nos asedian: un mendigo que pide
limosna; el amigo que busca trabajo; el anuncio de una reunión política...
Pero, luego matamos estas llamadas, las asfixiamos lentamente en nuestro
interior. A veces, casi sentimos vértigo ante nuestro corazón de Caín, lleno de
cadáveres del prójimo. La vida es dura: nos abrimos camino a hachazos,
prescindiendo de los de más, atropellándoles.
Buscamos la
felicidad, pero no irradiamos alegría... Señor, hay algo que llamamos amor,
pero, Tú sabes que es mezquino y avaro; solo es un egoísmo refinado. No nos
entregamos; solamente exigimos, como un recaudador de impuestos. Por esto,
señor, te buscamos en vano.
Tú no vives en esta
cerrazón, porque eres el amor. Pero eres tan bueno, que a pesar de todo, nos
hablas. Tu amor es más fuerte que nuestra coraza de oscuridad, y vemos brillar
tu luz.
Jesucristo,
enséñanos a amar; cada vez más, cada día con más desinterés. No, por sentir
necesidad de afecto, sino porque los demás necesitan amor.
Tú eres el Amor,
pero estás necesitado de amor en tu Cuerpo; falta más sangre para establecer
este circuito universal de amor. Queremos participar en esta transfusión, y no
ser tan sólo sanguijuelas. No te pedimos nada exorbitante, sólo queremos ser
discípulos tuyos, cumpliendo tu mandamiento único de: Amar a los demás.
Luis Espinal, sj
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