Luis era un joven lombardo del siglo XVI que nació en el seno de una familia
noble con gran tradición militar. Tanto es así que el joven Luis pasó gran
parte de su juventud en la corte real española. A pesar de crecer entre el lujo y los excesos que rodeaban a los nobles de
la época, Luis siempre mantuvo una fuerte disciplina y una constancia en la
oración. Y, a los 18 años, a pesar de las reticencias de su padre, entró en el
noviciado de la Compañía
de Jesús.
Durante sus años de estudiante jesuita se desató una epidemia de fiebre en
Roma. Luis se volcó con los enfermos: iba de puerta en puerta con un zurrón,
mendigando víveres para los enfermos, cuidando de los moribundos, limpiando las
llagas, haciendo las camas, entregándose de lleno hasta el punto de que acabó
por contraer la enfermedad. Logró recuperarse pero su salud quedó debilitada y
acabó falleciendo a los 23 años de edad.
Algunos biógrafos nos pintan una vida del santo algo delicada que no corresponde
a la realidad. Quizás, ante un mundo que tiene una imagen distorsionada de lo
que significa ser hombre, algunos no comprenden como un joven varonil pueda ser
santo. Y lo cierto es que se es verdaderamente hombre a la medida que se es
santo. Sin duda a Luis le atraían las aventuras militares de las tropas entre las
que vivió sus primeros años y la gloria que se le ofrecía en su familia, pero
ya desde muy joven comprendió que había un ideal más grande y que requería más
valor y virtud. Pronto este ideal cobró nombre y apellido: Jesús de Nazaret, y
desde ese momento entendió que su vida se había transformado en Vida para
otros. Qué lejos nos queda la vida de Luis, ¡pero qué cerca nos queda la ilusión
que la movió!
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