Una de las cartas que se conservan de san Ignacio es la que dirigió a los jóvenes jesuitas que se formaban en Coimbra. En ella les decía:
“De todo sea siempre bendito y alabado el Criador y Redentor nuestro, de cuya liberalidad infinita mana todo bien y gracia; y a él plega cada día abrir más la fuente de sus misericordias en este efecto de aumentar y llevar adelante lo que en vuestras ánimas ha comenzado.Y no dudo de aquella suma Bondad suya, sumamente comunicativa de sus bienes y de aquel eterno amor con que quiere darnos nuestra perfección, mucho más que nosotros recibirla, que lo hará. Así que de su parte cierto es que él está presto, con que de la nuestra haya vaso de humildad y deseo de recibir sus gracias”
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