“Desde el centro del mundo, en el que Él se adentró al
morir, construyen las nuevas fuerzas una tierra transfigurada. En lo más profundo la realidad ya ha sido vencida, la
banalidad, el pecado y la muerte pero se requiere todavía el pequeño tiempo que
llamamos la historia después de Cristo hasta que en todas partes, y no solo en
su cuerpo, se deje ver lo que ya ha acontecido realmente.
Porque Él no comenzó a salvar, a curar, a transfigurar el
mundo en los síntomas de la superficie sino en las raíces más internas,
nosotros, gentes de la superficie, pensamos que no ha pasado nada. Porque aún siguen corriendo las aguas del sufrimiento y
de la culpa suponemos que aún no ha sido vencido el manantial del que brotan. Porque la maldad sigue trazando arrugas en el rostro de
la tierra, deducimos que en el corazón más profundo de la realidad ha muerto el
amor.
Pero todo es apariencia, aunque la tomemos por la
realidad de la vida. Resucitado, está en el esfuerzo anónimo de todas las
criaturas que, sin saberlo, se esfuerzan por participar en la glorificación de
su cuerpo. Está en cada lágrima y en cada muerte como el júbilo y la vida
escondidos que vencen cuando parecen morir. Por eso nosotros, hijos de esta
tierra, tenemos que amarla. Aunque sea todavía terrible y nos torture con su
penuria y su sometimiento a la muerte” (K. Rahner, SJ).
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