Gracias, Señor,
por las cosas elementales:
el rayo del sol
que no pregunta;
la sombra de caoba con los brazos extendidos;
la tarde que murió ayer detrás de la montaña
sin oficio de difuntos;
el agua que trabaja su pureza en lo hondo de la sierra;
el aire que limpia mis pulmones mientras duermo;
la tierra viva
generando en las raíces
los frutos y colores...
La mirada transparente como una puerta de cristal;
la mano que disuelve el hastío al estrecharse;
el cántico común
que abre la existencia al nosotros infinito...
la herencia de los siglos,
en el suero que me salva gota a gota,
en el hilo de cobre que trae luz a mi noche,
en el ojo insomne del radar en el espacio,
en la página del libro que sana mi ignorancia
y en los circuitos electrónicos
que me unen al instante
con todo el universo.
Benjamín González Buelta, SJ
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