El
corazón humano está habitado por la sed y el deseo. A la hora de buscar satisfacción
se le presentan múltiples posibilidades, bien diferentes, que van desde el amor
al odio. Al corazón humano le pertenece la capacidad de obturarse, de
endurecerse, de ensoberbecerse, de encerrarse. En el corazón se aloja la ira,
la soberbia, la lujuria, el sarcasmo, el egoísmo, la venganza, el rencor. Por
eso, todo corazón humano ha de descubrir qué es aquello que verdaderamente
colma su sed más profunda, sin engañarle, sin destruirle, sin tiranizarle. La
gran pregunta de la vida humana radica en descubrir a quién o a qué merece la
pena entregar el corazón, porque al hacerse su siervo y esclavo se alcanza la
verdadera libertad; es decir, en descubrir quién o qué merece la pena que sea
el auténtico señor de nuestro corazón, para adorarle y servirle con todo el
corazón, logrando así paradójicamente la verdadera libertad en la verdad (cf.
Jn 8,32).
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