"La procesión de Ramos es —como
sucedió en aquella ocasión a los discípulos— ante todo expresión de alegría,
porque podemos conocer a Jesús, porque él nos concede ser sus amigos y porque
nos ha dado la clave de la vida. Pero esta alegría del inicio es también
expresión de nuestro "sí" a Jesús y de nuestra disponibilidad a ir
con él a dondequiera que nos lleve. Por eso, la exhortación inicial de la
liturgia de hoy interpreta muy bien la procesión también como representación
simbólica de lo que llamamos "seguimiento de Cristo": "Pidamos
la gracia de seguirlo", hemos dicho. La expresión "seguimiento de
Cristo" es una descripción de toda la existencia cristiana en general. ¿En
qué consiste? ¿Qué quiere decir en concreto "seguir a Cristo"?
Al inicio, con los
primeros discípulos, el sentido era muy sencillo e inmediato: significaba que
estas personas habían decidido dejar su profesión, sus negocios, toda su vida,
para ir con Jesús. Significaba emprender una nueva profesión: la de discípulo.
El contenido fundamental de esta profesión era ir con el maestro, dejarse guiar
totalmente por él. Así, el seguimiento era algo exterior y, al mismo tiempo,
muy interior. El aspecto exterior era caminar detrás de Jesús en sus
peregrinaciones por Palestina; el interior era la nueva orientación de la
existencia, que ya no tenía sus puntos de referencia en los negocios, en el
oficio que daba con qué vivir, en la voluntad personal, sino que se abandonaba
totalmente a la voluntad de Otro. Estar a su disposición había llegado a ser ya
una razón de vida. Eso implicaba renunciar a lo que era propio, desprenderse de
sí mismo, como podemos comprobarlo de modo muy claro en algunas escenas de los
evangelios.
Pero esto también pone
claramente de manifiesto qué significa para nosotros el seguimiento y cuál es
su verdadera esencia: se trata de un cambio interior de la existencia. Me exige
que ya no esté encerrado en mi yo, considerando mi autorrealización como la
razón principal de mi vida. Requiere que me entregue libremente a Otro, por la
verdad, por amor, por Dios que, en Jesucristo, me precede y me indica el
camino. Se trata de la decisión fundamental de no considerar ya los beneficios
y el lucro, la carrera y el éxito como fin último de mi vida, sino de reconocer
como criterios auténticos la verdad y el amor. Se trata de la opción entre
vivir sólo para mí mismo o entregarme por lo más grande."
Benedicto XVI
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