Cuando está uno ante Cristo
puesto en cruz y se ve pecador hasta el fondo de su ser, cuando se sabe perdonado por
el Amor más grande; cuando puede afrontar el desamparo del mundo, puede
aportar el perdón y la esperanza en el corazón de la noche y anunciar una Iglesia
fundada por Pedro, pecador y perdonado.
Cuando se sueña en llevar la
justicia a los hambrientos, la alegría a los tristes, la paz a los enemigos, y se ha visto a
Jesús tocar a los leprosos, abrazar a los niños, y secar las lagrimas de las madres,
se puede pedir ser admitido en su seguimiento y caminar entre sus discípulos.
Cuando se ha entregado la
vida al Señor Jesús, cuando se compromete la existencia en una decisión radical, se
encuentra un mundo de hermanos, de hombres y mujeres que saben para qué viven, y
podrá mostrarse el verdadero rostro de la Iglesia, acogedora y serena en medio
de los hombres.
Cuando se han escuchado los
gritos del desamparo del mundo, y se siente germinar la esperanza a los cuatro
vientos de la tierra, se busca unirse al corazón del universo, al centro misterioso de la
humanidad y se pone uno al servicio de la Iglesia y del Papa, para escuchar mejor esas
llamadas.
Cuando se está vinculado a
una misión compartida, de corazón, con hermanos, como Ignacio, Javier, Fabro, Pedro Claver, Borja, Gárate, Alonso Rodríguez,
Pedro Arrupe , Ignacio Ellacuría y con
aquellos que están hoy en las cárceles de China y en las chabolas de África, no se
tiene ya más miedo a ser inútil en un mundo cerrado: Dios nos sabrá desde todos llamar
desde todos los horizontes.
Oremos. Señor Jesús, te
pedimos llames a nuevos jóvenes a tu Compañía, para que poniéndose bajo tu bandera,
ofrezcan todo lo que son y tienen a tu servicio y alabanza. Tú que vives y
reinas por los siglos de los siglos.
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