Me has seducido, Señor, y me dejé seducir,
desde que aprendí tu nombre balbucido en familia.
Me has seducido, Señor, y me dejé seducir
en cada nueva llamada que el alto mar me traía.
Me has seducido, Señor, y me dejé seducir
hasta el confín de la tarde, hasta el umbral de la muerte.
Me has seducido, Señor, y me dejé seducir
en cada rostro de pobre que me gritaba tu rostro.
Me has seducido, Señor, y me dejé seducir,
y en el desigual combate me has dominado, Señor, y es bien tuya la victoria.
Me has seducido, Señor, y me dejé seducir
en un desigual combate, y la victoria es bien nuestra.
Pedro Casaldáliga
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