HAY QUE DEJARLO TODO EN EL SEGUIMIENTO DE JESÚS.
Primero se dejan las cosas: las que se recibe heredado y viene grapado al apellido, lo que es fruto del trabajo y lleva nuestra huella.
También hay que dejarse a sí mismo: los propios miedos, con sus parálisis, y los propios saberes, con sus rutas ya trazadas.
Después hay que entregar las llaves del futuro, acoger lo que nos ofrece el Señor de la historia y avanzar en diálogo de libertades encontradas mutuamente para siempre, que se unifican en un único paso en la nueva puntada del tejido.
Con la claridad del mediodía, se renuncia al sueño de la imposible perfección. Se acerca al alejarse, cuando no derrotamos por la mella de los sentidos, el despojo de habilidades y el extinguirse lento de los fuegos originarios.
Al fin hojas otoñales, apenas pegados a las ramas, sólo nos queda abandonarnos y, casi disueltos como niños, permitirnos ser desde el Otro, desde todo otro, y, todavía tibios como brasas, entregarnos al misterio que nos acoge en su hogar de fuego, donde brillan de eternidad nuestras cenizas.
¿Cómo abandonarlo todo sin sentir al Todo llenar nuestras ausencias y seducir nuestros haberes?
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