09 enero 2011

El Bautismo del Señor

Este domingo celebramos el Bautismo del Señor y es una buena ocasión para recordar aquello que profesamos. Fueron nuestros padres y padrinos quienes, en nuestro nombre, pronunciaron tres renuncias y tres afirmaciones. Benedicto XVI nos recuerda su sentido:


"Así, en este segundo diálogo, se pronuncian tres "no" y tres "sí". Se dice "no", renunciando a las tentaciones, al pecado, al diablo. Esto lo conocemos bien, pero, tal vez precisamente porque hemos escuchado demasiadas veces estas palabras, ya no nos dicen mucho. Entonces debemos profundizar un poco en los contenidos de estos "no". ¿A qué decimos "no"? Sólo así podemos comprender a qué queremos decir "sí".

En la Iglesia antigua estos "no" se resumían en una palabra que para los hombres de aquel tiempo era muy comprensible: se renuncia —así decían— a la "pompa diaboli", es decir, a la promesa de vida en abundancia, de aquella apariencia de vida que parecía venir del mundo pagano, de sus libertades, de su modo de vivir sólo según lo que agradaba. Por tanto, era un "no" a una cultura de aparente abundancia de vida, pero que en realidad era una "anticultura" de la muerte. Era el "no" a los espectáculos donde la muerte, la crueldad, la violencia se habían transformado en diversión. Pensemos en lo que se realizaba en el Coliseo o aquí, en los jardines de Nerón, donde se quemaba a los hombres como antorchas vivas. La crueldad y la violencia se habían transformado en motivo de diversión, una verdadera perversión de la alegría, del verdadero sentido de la vida. Esta "pompa diaboli", esta "anticultura" de la muerte era una perversión de la alegría; era amor a la mentira, al fraude; era abuso del cuerpo como mercancía y como comercio.

Y ahora, si reflexionamos, podemos decir que también en nuestro tiempo es necesario decir un "no" a la cultura de la muerte, ampliamente dominante. Una "anticultura" que se manifiesta, por ejemplo, en la droga, en la huida de lo real hacia lo ilusorio, hacia una felicidad falsa que se expresa en la mentira, en el fraude, en la injusticia, en el desprecio del otro, de la solidaridad, de la responsabilidad con respecto a los pobres y los que sufren; que se expresa en una sexualidad que se convierte en pura diversión sin responsabilidad, que se transforma en "cosificación" —por decirlo así— del hombre, al que ya no se considera persona, digno de un amor personal que exige fidelidad, sino que se convierte en mercancía, en un mero objeto. A esta promesa de aparente felicidad, a esta "pompa" de una vida aparente, que en realidad sólo es instrumento de muerte, a esta "anticultura" le decimos "no", para cultivar la cultura de la vida. Por eso, el "sí" cristiano, desde los tiempos antiguos hasta hoy, es un gran "sí" a la vida. Este es nuestro "sí" a Cristo, el "sí" al vencedor de la muerte y el "sí" a la vida en el tiempo y en la eternidad.

Del mismo modo que en este diálogo bautismal el "no" se articula en tres renuncias, también el "sí" se articula en tres adhesiones:

"sí" al Dios vivo, es decir, a un Dios creador, a una razón creadora que da sentido al cosmos y a nuestra vida;

"sí" a Cristo, es decir, a un Dios que no permaneció oculto, sino que tiene un nombre, tiene palabras, tiene cuerpo y sangre; a un Dios concreto que nos da la vida y nos muestra el camino de la vida;

"sí" a la comunión de la Iglesia, en la que Cristo es el Dios vivo, que entra en nuestro tiempo, en nuestra profesión, en la vida de cada día."

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