Llama la atención el modo en el que Caravaggio ha representado la escena evangélica de la "incredulidad de Tomás". Si te fijas te darás cuenta que la mirada de Tomás no se orienta al costado abierto del Señor. Toda su atención está centrada en la mano con la que toca el cuerpo de Jesús.
Cuando sucedió, Tomás contuvo la respiración. No podía dar crédito a lo que le estaba pasando. Lleno de dudas necesitaba tocar. Solo necesitaba eso, tocar. Tomás se atrevió a expresar su deseo más profundo ante las miradas de aquellos que no comprendían nada. ¿No es suficiente con creer lo que nosotros hemos visto? ¿Por qué necesitas tocar?
Los relatos de la resurrección han dejado constancia de los distintos accesos a la experiencia del Señor Resucitado. Y asombra que uno de ellos sea el tocar. Tomás no necesitaba ver a Jesús. Necesitaba tocarlo y, cuando escucho que el Señor le pedía que le tocara, hubo tal conmoción en él que le arrancó una exclamación inaudita: "Señor mío y Dios mío".
Lo suyo era ser osado, como en aquella ocasión cuando quiso ir con Jesús a Jerusalén decidido a morir con él. Su modo de seguirlo estaba hecho de deseos que no controlaba y que se le imponían con una fuerza que confundía. Probablemente tuvo que aprender a vivir con aquello pero fue su modo de acceder al encuentro con el Señor resucitado.
Los Ejercicios Espirituales nos propone el tocar como acceso a esta experiencia: "tocar con el tacto" [EE 70], "tocar con el tacto, así como abrazar y besar los lugares donde las tales personas pisan y se asientan, siempre procurando de sacar provecho dello" [EE 125]
Y lo más asombroso es que los Ejercicios reconocen que el Señor se comunica abrazándonos: "el mismo Criador y Señor se comunica a la su ánima devota, abrazándola en su amor" [EE 15]
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