02 marzo 2010

Acompañamiento espiritual (1)

Hace ya algunos años el teólogo Karl Rahner afirmó que una de las notas características de la espiritualidad ignaciana era la “pretensión” de una relación directa y personal de cada persona con Dios, de un encuentro personal entre ambos. Y nada hay tan personal, tan íntimo, tan propio de cada uno como su relación con Dios. Es el terreno más sagrado, la intimidad más inviolable.

Sin embargo, y quizá sorprendente o paradójicamente, esa misma espiritualidad subraya la necesidad de un “acompañamiento” en el camino hacia ese encuentro. Los Ejercicios proponen todo un itinerario personal para el encuentro con Dios, pero ese itinerario es un itinerario “acompañado”. La experiencia del encuentro con Dios es, para Ignacio, una experiencia personal, pero no en solitario. ¿Por qué eso es así?, ¿cuál es la naturaleza de ese acompañamiento?

Para justificar la importancia que da Ignacio al acompañamiento espiritual quizá haya que acudir a la misma experiencia vital de Ignacio que le hizo muy consciente de que si se pretende hacer el camino del encuentro con Dios en solitario se pueden sufrir muchas dificultades y muchos engaños, y que pocos terrenos como el de la experiencia religiosa son tan propicios al autoengaño. Eso lo sufrió Ignacio en carne propia y lo comprobó en muchas de las personas que se acercaban a él. Como él mismo constató en su vida, se puede estar lleno de buena voluntad y buenos deseos pero “ciego”…

No se trata, obviamente, de que el acompañante sustituya a la persona en su itinerario, ni la condicione, ni siquiera “vaya por delante”… Pero sí es necesario en nuestro caminar humano y espiritual que alguien nos oriente sobre posibles caminos, nos advierta de engaños que en ocasiones se plantean de un modo muy sutil, nos plantee cuestiones que en un momento determinado nos puedan ayudar a dar pasos hacia adelante o a rectificar…

No es fácil definir con exactitud el papel del “acompañante”. Es alguien que debe estar en su sitio, pero con una discreción tan exquisita que no moleste ni interfiera el encuentro directo de Dios con la persona. El acompañante no es ni Dios ni la persona acompañada… sino alguien importante, pero secundario. Obviamente, el papel del acompañante, que esencialmente es éste, adquiere perfiles y matices distintos en cada una de las etapas del itinerario de la persona acompañada. Es un don, un carisma, y un arte el acompañamiento espiritual…

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