Verdaderamente este mundo es de locos. Uno puede levantarse en Madrid y acostarse en N’djamena ese mismo día. Unas horas de avión que nos transportan a mundos diferentes, distantes, y yo diría incluso que paralelos, o con muy poca interconexión. Desde este lado, Madrid y nuestro complejo y estresado día a día suenan lejísimos, e incluso un poco ridículos.
Aquí lo básico de la vida recobra su importancia, y lo humano retoma su lugar. La fuerza de la naturaleza y la escasez de medios nos deja como “desnudos” ante la crudeza de una vida tan sufrida como auténtica y llena de vida.
Cuando el sol se retira, comienza otra parte del día. Es como si cansada de pelear, África se vuelve amable, la temperatura baja, y con ella se ensanchan los ritmos y espacios humanos. Adoro este momento, cuando el cielo se abarrota de estrellas como sólo ocurre en lugares como éstos, donde la electricidad “brilla” por su ausencia. La oscuridad reina por doquier y el firmamento recupera su vocación de techo.
Es aquí, en este contexto, donde uno confirma que se puede sentir pequeño y a la vez gozoso, parte de una creación que nos supera, pero feliz del lugar que nos toca y del papel que cada uno va decidiendo jugar. Es en este contexto donde no queda otra que sentarse a contar historias, confesar temores, o dibujar ilusiones. Todo en formato oral, sencillo, básico, directo… tremendamente humano. ¡Dios, como me gusta estar aquí!
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tomado de Dani Villanueva, sj
http://danivillanueva.wordpress.com/
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