03 diciembre 2009

Francisco de Paula Oliva, SJ

Mi vida ha sido un continuo aprendizaje. Y mis mejores maestros han sido los jóvenes y los pobres de Andalucía y de America Latina, en especial del Paraguay.

Actualmente mi aprendizaje es en el Bañado Sur de Asunción (Paraguay). Una zona con 16.000 habitantes, que se inunda cuatro metros cada diez años, y que nos obliga a vivir entre maderas terciadas en las avenidas de la ciudad por más de nueve meses. Al volver, cuando las aguas del río Paraguay se van, siempre hay que comenzar de nuevo.

El Bañado Sur es la frontera entre la humanidad y la inhumanidad. El 90% de sus habitantes viven en la pobreza, de ellos más de la mitad en la miseria. La mayor falta es la carencia de trabajo. No digo trabajo digno, sino trabajo. Hay un basural donde gastan su vida por dos dólares al día hombres, mujeres y adolescentes. Allí el calor y la humedad son sofocantes y hay que trabajar totalmente cubiertos de ropas. Otro pocos empujan carritos por la ciudad recogiendo plásticos, más dos horas de ida y otras dos de vuelta.

En el Bañado Sur no hay cloacas y las aguas corren por las calles. La droga se enseñorea y tiene agarrada a la juventud del barrio. Hay muchos robos para buscarse cada día su ración de marihuana o crack. Y, para completar todo, no hay agua o electricidad con cierta frecuencia. Y la desnutrición es alarmante.

Sin embargo, y a pesar de todo esto, considero al Bañado Sur como la reserva moral del Paraguay. Si en esas condiciones las gentes tienen deseos de vivir y brilla por su acogida y solidaridad, esos valores nada ni nadie se los va a quitar. Y todo en medio de una alegría y paz grande.

¿Qué he aprendido? Pues que mi Fe se vive luchando junto a ellos y con ellos. Como el asesor de la Mesa de todas las organizaciones sociales del Bañado Sur y el sacerdote de tres de sus capillas. Con los Mil Solidarios damos un salario para que se ganen la vida estudiando 500 de sus jóvenes de 14 a 18 años, que luego continúan en la Universidad.

Pero, lo que más he aprendido es que a los 81 años se puede tener un corazón joven. Este es el tesoro que más me dieron los jóvenes y los pobres. Quizás porque estoy comenzando a ser un poco como ellos.

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