p
En Tánger nos hospedamos en un centro de enseñanza apoyado por los claretianos. Desde allí, cada día, nos repartíamos hacia diferentes voluntariados. Estuvimos colaborando con los Hermanos de la Cruz Blanca, en un centro para discapacitados y en un dispensario médico; con las Misioneras de la Caridad, en un centro de atención a recién nacidos; en la “Crêche”, en un centro de atención a niños pequeños; con la asociación “Ningún niño sin techo”, que da alojamiento y formación a niños de la calle.
Cada mañana comenzábamos cantando y rezando el Evangelio del día. Por la tarde, los que podíamos, debido a los diferentes horarios de trabajo, asistíamos a misa en la catedral. A lo largo de las dos semanas tuvimos ciertos encuentros destinados a conocer la realidad de Tánger: con el obispo de la ciudad, que nos habló de la situación diocesana, con un joven marroquí, una periodista y una abogada españolas, que transmitieron su experiencia en temas como la inmigración, la desprotección infantil, la fe islámica o la lucha contra las injustas políticas internacionales de repatriación.
En pocos días formamos una comunidad muy unida. Fue el fruto de una iniciativa que tomamos el segundo día. Por turnos, fuimos compartiendo al grupo nuestra historia, nuestra vida, y sobre todo, nuestra fe. Y fue esta fe compartida en torno a Jesús la que posibilitó que un grupo de jóvenes sembraran en Tánger algunas semillas del Reino. Las sonrisas de los niños de la calle, el abrazo de un discapacitado, el llanto de un bebé, el calor y la sed del Ramadán y sus profundas oraciones, son otras semillas, que a su vez, nos trajimos a nuestra tierra. Y damos gracias a Dios por ello.
David Roca Campos SJ
No hay comentarios :
Publicar un comentario