09 julio 2009

A veces sucede...

Entregado incondicional y apasionadamente, multiplica su tiempo para abarcar innumerables proyectos. Todo le parece poco y así lo siente cuando contempla al Señor Jesús lavando los pies. En su oración identifica deseos de mayor entrega, hasta que un día se produjo un descubrimiento inesperado. Con asombro empezó a darse cuenta de que no se trataba de servir más y mejor sino de hacerlo desde donde lo hace Jesús, desde abajo. Aquello le abrió en canal. Descubrió que la mirada del Señor en el lavatorio no era una invitación a redoblar su entrega y servir con mayor intensidad. Su mirada era un imán que le atraía poderosamente hacia donde Él estaba: abajo. Imprevisible y, al mismo tiempo, fascinante.
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Implicado hasta lo indecible, deseaba avanzar más. Intuía que había llegado la hora de abordar lo vocacional y comenzó los Ejercicios Espirituales en la vida diaria. Confirmó que el Señor le llamaba. Su apasionamiento se redobló. Vibraba como nunca. Hasta que empezaron las contemplaciones de la Pasión. El bloqueo fue fulminante. No había manera de avanzar tras este Jesús que, cargado con la cruz, le llamaba a ir con Él. Un día se hizo la luz: “he confundido seguimiento con autorrealización”, decía.

1 comentario :

  1. La llamada que nos hace Jesús no es la del Cireneo, la del que se acerca a Jesús, lleva el peso de su Cruz pero que, después de alcanzado el Calvario, se seca el sudor del esfuerzo con las mangas, se apena sinceramente por el Señor, pero después se marcha a su casa y se entretiene en sus quehaceres diarios.
    La llamada que nos hace Jesús es la de sí mismo. La que siguieron Pedro, Andrés, Santiago… Seguir a Jesús es seguirle. Ni leer sobre su vida, ni admirarle, ni rezarle, ni hablar de él. Por supuesto que el que le sigue ha de hacer todo esto, pero esto no es todo lo que ha de hacer.
    Seguir a Jesús no es solamente es estar con Él en el monte Tabor, sino también y sobre todo, en el Calvario.
    “Qué bien se está aquí. Hagamos tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés y otra para Elías” Eso lo decimos rápido y no lo dudamos.
    Ojalá digamos también, en el Calvario: “Levantemos una cruz más, Señor, para mí”.
    Señor, que todo el mundo recuerde lo bueno que hagamos- lo bueno que tú haces- pero que olvide nuestros nombres.

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