03 junio 2009

Meditación sobre el Corazón de Jesús (2)

2. Nunca nadie amó como Él. Los pobres, los pecadores, los enfermos, los niños, los marginados, todos encontraron refugio y consuelo en el cariño y la bondad de Jesús que “pasó haciendo el bien” (Hch 10,38). Fue el rostro amable de Dios para los abatidos y los desesperanzados, que recibieron acogida, comprensión, aliento. Del amor abundante de ese Corazón los humildes recibieron dignidad y vida nueva. “Dado que el amor de Dios ha encontrado su expresión más profunda en la entrega que Cristo hizo de su vida en la cruz, al contemplar su sufrimiento y muerte podemos reconocer de manera cada vez más clara el amor sin límites de Dios por nosotros: ‘tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna’ -Jn 3,16-” (Benedicto XVI, carta del 15 de mayo de 2006)
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El amor más grande, el amor que da la vida por los suyos (Jn 15,13), el amor que sale a nuestro encuentro en ese Corazón, es:
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Amor gratuito, incondicional, sin marginaciones (Mt 5,44)
Amor sin medida (Jn 15,9)
Amor de amistad, “os llamo mis amigos” (Jn 15,11-17)
Amor valiente, no teme enemistarse con los poderosos (Mc 3,1-6)
Amor tierno, abraza a los niños (Mc 10,13-16)
Amor misericordioso, “...Yo tampoco te condeno” (Jn 8,11)
Amor que corre a darnos su perdón (Lc 15,11-32)
Amor paciente y humilde (Mt 11,29)
Amor desafiante, que invita a seguirlo (Mc 10,21)
Amor que siente compasión de la muchedumbre (Mc 6,30-44)
Amor ofrecido a los que nadie amaba (Lc 7,36-50)
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Este es el amor ardiente e incontenible que está en el Corazón de Jesús, el corazón más humano de todos, por ser también divino. Hoy el Resucitado nos sigue amando con ese mismo corazón humano, en su plena humanidad glorificada. “Yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Mt 28,20). En este Corazón queremos hacer nuestra morada. Él suple con su infinita misericordia nuestras limitaciones e incoherencias. A Él nos acogemos con la confianza de no ser rechazados, porque su amor sana nuestras miserias. Entendemos así y nos hacemos cargo de las palabras de Juan Pablo II al P. Kolvenbach en Paray–le–Monial: “Padre, es urgente que el mundo sepa que el Cristianismo es la religión del amor.”
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Claudio Barriga, sj

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