«Me han dicho, dice Dios, que hay hombres que trabajan bien y duermen mal, que no duermen nada. ¡Qué falta de confianza en Mí! Eso es casi más grave que si trabajasen mal y durmiesen bien porque la pereza es un pecado más pequeño que la inquietud, que la desesperación y que la falta de confianza en Mí.
Y sólo tú, noche, hija mía, consigues a veces del hombre rebelde que se entregue un poco a mí, que tienda un poco sus pobres miembros cansados sobre la cama y que tienda también su corazón dolorido y, sobre todo, que su cabeza no ande cavilando (que está siempre cavilando) y que sus ideas no anden dando vueltas como granos de calabaza o como un sonajero dentro de un pepino vacío. ¡Pobre hijo!
No me gusta el hombre que no duerme y que arde en su cama de preocupación y de fiebre. No me gusta el que al acostarse hace planes para el día siguiente, ¡el tonto! ¿Es que sabe él acaso cómo se presentará el día siguiente? ¿Sabe siquiera el color del tiempo que va a hacer?
Porque yo no he negado nunca el pan de cada día al que se abandona en mis manos como el bastón en mano del caminante. Me gusta el que se abandona en mis brazos como el bebé que se ríe y que no se ocupa de nada y ve el mundo a través de los ojos de su madre y de su nodriza. Pero el que se pone a hacer cavilaciones para el día de mañana, ése trabaja como un mercenario.
Yo creo que quizá podríais sin grandes pérdidas dejar vuestros asuntos en mis manos, hombres sabios, porque quizá yo sea tan sabio como vosotros. Yo creo que podríais despreocuparos durante una noche y que al día siguiente ni encontraríais vuestros asuntos demasiado estropeados; a lo mejor, incluso no los encontraríais mal, y hasta quizá los encontraríais algo mejor. Yo creo que soy capaz de conducirlos un poquito...
Por favor, sed como un hombre que no siempre está remando, sino que a veces se deja llevar por la corriente»
Péguy, «
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