Mi nombre es Max. Tengo 34 años, soy argentino y estoy finalizando un doctorado en Derecho en Madrid. Hace algunos meses he comenzado el proceso de discernimiento en la Compañía de Jesús. Todo comenzó hace ya algunos años, cuando parecía que finalizaba el doctorado y decidí hacer el Camino de Santiago para ver por dónde continuar con mi vida. Puse en la mesa mi experiencia, las cosas que había hecho y donde había sido feliz. Y apareció con fuerza la memoria de mis tiempos como misionero en Argentina, cuando visitaba un pueblo pobre en el norte del país.
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Lo confieso: cuando comencé el Camino, iba con la idea de discernir si deseaba ser un profesor universitario en España o si deseaba ir en busca de nuevas aventuras al norte de Europa para hacer un post-doc. Pero Dios me martilló en cada etapa, con cada persona, con cada vivencia. Y cuando regresé, me acerqué a hablar con un Cura Diocesano quien me puso en contacto con un jesuita. Al poco tiempo, después de hacer Ejercicios Espirituales, me convertí en pre-novicio de la Compañía.
A los jesuitas prácticamente no los conocía. Mi experiencia de Iglesia había estado más cerca de los dominicos y benedictinos de quienes aprendí mucho. En mi provincia de Argentina los jesuitas no están presentes. Han dejado su huella en el tiempo de la conquista de América a través de algunas iglesias. Pero después de la expulsión no han regresado al Norte. Así que poco sabía yo de lo que hacían. Había leído con admiración a muchos de ellos, pero no había tenido contacto personal hasta que vine a España. Y a medida que comencé a conocer la Compañía, más admiraba esta Institución, por sus obras, por su compromiso y, sobre todo, por el espíritu crítico con que se evalúan a ellos mismos. Por ello es que me entusiasmó ser parte de esta historia. Yo también quería estar en las fronteras.
El año de pre-noviciado está finalizando y hoy tengo algunas dudas que no me había planteado al principio. No sé si solicitaré el ingreso a la Compañía aquí o en Argentina. Pero, en todo caso, siento que he tenido la suerte que pocas personas tienen: detenerme a pensar, durante un año de encuentros y acompañamiento cercano, qué es lo que Dios quiere de mí. Me siento un privilegiado, al igual que los 11 que han compartido mi experiencia. Y me siento cuidado y querido. Siento que muchos de los textos bíblicos se han hecho carne en esta experiencia, particularmente, el sentir que Dios me tiene tatuado en la palma de su mano.
Ser jesuita no es fácil. Nos decía en el último encuentro el Maestro de Novicios que hoy se forman personas que estén en la frontera, con una opción por la fe y la justicia, comprometido con la ecología, las migraciones, los refugiados, los enfermos. Pero ser Jesuita no es trabajar en una ONG. Es estar comprometido con el mundo en la creación del Reino. Y en este compromiso, con altibajos por ser hombres, la Compañía ha sabido ser fiel al deseo de Ignacio y el primer grupo: en todo amar y servir.
Son tantas las cosas que les podría contar y por las que deseo ser admitido en la Compañía… Hoy me siento hermano de camino de San Ignacio, de San Francisco Javier, de Arrupe, de Jon Sobrino, de Pablo Alonso. Pero sobre todo, del pueblo sufriente que exige ser sanado. Pero en definitiva, no es por mis palabras que les voy a convencer. Solo puedo invitarles a que se sumen a esta experiencia de discernimiento y de Dios. Que se pregunten, mirando a los ojos al Señor: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué puedo hacer por Cristo? Ver dónde Dios nos llama. En mi vida, siento que sólo puedo ser plenamente feliz si sigo su voluntad. Y en esto, también me ilumina un jesuita que repetía: “Soy un pobre hombre que quiere interferir lo menos posible en la obra de Dios” (Pedro Arrupe)
A los jesuitas prácticamente no los conocía. Mi experiencia de Iglesia había estado más cerca de los dominicos y benedictinos de quienes aprendí mucho. En mi provincia de Argentina los jesuitas no están presentes. Han dejado su huella en el tiempo de la conquista de América a través de algunas iglesias. Pero después de la expulsión no han regresado al Norte. Así que poco sabía yo de lo que hacían. Había leído con admiración a muchos de ellos, pero no había tenido contacto personal hasta que vine a España. Y a medida que comencé a conocer la Compañía, más admiraba esta Institución, por sus obras, por su compromiso y, sobre todo, por el espíritu crítico con que se evalúan a ellos mismos. Por ello es que me entusiasmó ser parte de esta historia. Yo también quería estar en las fronteras.
El año de pre-noviciado está finalizando y hoy tengo algunas dudas que no me había planteado al principio. No sé si solicitaré el ingreso a la Compañía aquí o en Argentina. Pero, en todo caso, siento que he tenido la suerte que pocas personas tienen: detenerme a pensar, durante un año de encuentros y acompañamiento cercano, qué es lo que Dios quiere de mí. Me siento un privilegiado, al igual que los 11 que han compartido mi experiencia. Y me siento cuidado y querido. Siento que muchos de los textos bíblicos se han hecho carne en esta experiencia, particularmente, el sentir que Dios me tiene tatuado en la palma de su mano.
Ser jesuita no es fácil. Nos decía en el último encuentro el Maestro de Novicios que hoy se forman personas que estén en la frontera, con una opción por la fe y la justicia, comprometido con la ecología, las migraciones, los refugiados, los enfermos. Pero ser Jesuita no es trabajar en una ONG. Es estar comprometido con el mundo en la creación del Reino. Y en este compromiso, con altibajos por ser hombres, la Compañía ha sabido ser fiel al deseo de Ignacio y el primer grupo: en todo amar y servir.
Son tantas las cosas que les podría contar y por las que deseo ser admitido en la Compañía… Hoy me siento hermano de camino de San Ignacio, de San Francisco Javier, de Arrupe, de Jon Sobrino, de Pablo Alonso. Pero sobre todo, del pueblo sufriente que exige ser sanado. Pero en definitiva, no es por mis palabras que les voy a convencer. Solo puedo invitarles a que se sumen a esta experiencia de discernimiento y de Dios. Que se pregunten, mirando a los ojos al Señor: ¿Qué he hecho por Cristo? ¿Qué hago por Cristo? ¿Qué puedo hacer por Cristo? Ver dónde Dios nos llama. En mi vida, siento que sólo puedo ser plenamente feliz si sigo su voluntad. Y en esto, también me ilumina un jesuita que repetía: “Soy un pobre hombre que quiere interferir lo menos posible en la obra de Dios” (Pedro Arrupe)
Saludos desde Perú. Yo tengo la misma edad que tú tienes, 34 años, y me planteó las mismas preguntas iniciales que tú te hiciste después de esa "famoso" retiro espiritual. Es linda la frase de Arrupe recuerdas: "interferir menos la voluntad de Dios".
ResponderEliminarUn gran abrazo a la distancia.
Gracias por compartir tu experiencia de vida espiritual.
Saludos desde España.
ResponderEliminarYo soy un poquito más joven, aunque no mucho- 26 añinos-. Desde que hace bastante tiempo me ronda la cabeza dar el paso adelante, iniciar el camino al sacerdocio en este tiempo en que es tan necesario, y me gustaría hacerlo en el seno de la Compañía. Me asaltan dudas, miedos,..., pero espero sacudirme todo esto, discernir sin cobardía mi posible vocación y dar el paso correcto- el que Dios quiera.
Saludos.