Hay que dejarlo todo en el seguimiento de Jesús. Primero se dejan las cosas: las que se recibe heredado y viene grapado al apellido, lo que es fruto del trabajo y lleva nuestra huella. También hay que dejarse a sí mismo: los propios miedos, con sus parálisis, y los propios saberes, con sus rutas ya trazadas.
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Con la claridad del mediodía, se renuncia al sueño de la imposible perfección. Al fin hojas otoñales, apenas pegados a las ramas, sólo nos queda abandonarnos.
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