A l introducirse de nuevo Ignacio en la red de las relaciones humanas, algunos descubren su origen social (por sus gestos, por su modo de hablar,...) y se ofrecen para protegerle, sin comprender que con ello le están imantando hacia arriba. Pero Ignacio no accede, sino que trata de anclarse como puede en la intemperie: “Se fue a Barcelona para embarcarse. Y aunque le ofrecían compañía, él quiso ir solo, porque quería tener únicamente a Dios como refugio. Y en una ocasión le insistieron tanto en que fuera acompañado para que le ayudaran, ya que no sabía italiano ni latín, que él les respondió que no aceptaría ningún compañero, aunque fuese el hijo o el hermano del mismo duque de Cardona; porque él deseaba tener tres virtudes: amor, fe y esperanza; y que si iba acompañado, cuando tuviese hambre, o cuando se cayese, confiaría en esta compañía, mientras que él quería tener toda su confianza, esperanza y afición sólo en Dios... Y con estos pensamientos tenía deseos de embarcarse, no solamente solo, sino sin ninguna provisión” (Autobiografía, 35).
Sus amigos respetan su decisión, sin acabar de comprender. Pero surgen nuevas dificultades: el capitán de la nave no le deja embarcar si no lleva su propio aprovisionamiento. De tal forma, que se vio obligado a mendigar para conseguirlo: “Al fin consiguió la ración y se embarcó; mas viendo que le quedaban cinco o seis monedas de las que le habían dado pidiendo en las puertas (porque de esta manera solía vivir), las dejó en unas gradas junto a la playa” (Ib., 36).
[Más adelante, en Venecia] “se mantenía mendigando, y dormía en la plaza de San Marcos. Nunca quiso ir a la casa del embajador del emperador, ni hacía diligencia especial para buscar con que pudiese pasar” (Ib., 42).
Es especialmente significativo lo que le sucedió a la vuelta de Jerusalén, cuando pensaba que quizá debía ponerse a estudiar: “Estando un día rezando en la catedral de Ferrara, un pobre le pidió limosna, y el le dio un marquete, que es moneda de 5 ó 6 cuartines. Y después de aquél vino otro, y le dio otra monedilla que tenía, algo mayor. Y al tercero, no teniendo sino julios, le dio un julio. Y como los pobres veían que daba limosna, no hacían más que venir y venir, hasta que se le acabó todo lo que tenía. Al fin acudieron muchos pobres juntos a pedir limosna, pero él respondió que le perdonasen, que no tenía nada más” (Ib., 50).
Sus amigos respetan su decisión, sin acabar de comprender. Pero surgen nuevas dificultades: el capitán de la nave no le deja embarcar si no lleva su propio aprovisionamiento. De tal forma, que se vio obligado a mendigar para conseguirlo: “Al fin consiguió la ración y se embarcó; mas viendo que le quedaban cinco o seis monedas de las que le habían dado pidiendo en las puertas (porque de esta manera solía vivir), las dejó en unas gradas junto a la playa” (Ib., 36).
[Más adelante, en Venecia] “se mantenía mendigando, y dormía en la plaza de San Marcos. Nunca quiso ir a la casa del embajador del emperador, ni hacía diligencia especial para buscar con que pudiese pasar” (Ib., 42).
Es especialmente significativo lo que le sucedió a la vuelta de Jerusalén, cuando pensaba que quizá debía ponerse a estudiar: “Estando un día rezando en la catedral de Ferrara, un pobre le pidió limosna, y el le dio un marquete, que es moneda de 5 ó 6 cuartines. Y después de aquél vino otro, y le dio otra monedilla que tenía, algo mayor. Y al tercero, no teniendo sino julios, le dio un julio. Y como los pobres veían que daba limosna, no hacían más que venir y venir, hasta que se le acabó todo lo que tenía. Al fin acudieron muchos pobres juntos a pedir limosna, pero él respondió que le perdonasen, que no tenía nada más” (Ib., 50).
La red de sus relaciones sociales le proporciona unas facilidades que no tienen los demás mendigos. El perdón que pide a sus compañeros de intemperie, ¿es por estar entre ellos sin ser del todo como uno de ellos, o es por no poderles favorecer más, habiendo aceptado que no es uno de ellos?
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