15 marzo 2009

Está cerca la Hora

Se está acercando la hora. Jesús ha decidido irrevocablemente subir a Jerusalén. Desde el momento en que lo anunció, los discípulos están inquietos, discuten entre ellos, se enfrentan a Jesús, maquinan todo tipo de artimañas para convencerlo de que lo más sensato es no subir a la Ciudad Santa.

Su esperanza era que Jesús restaurase el reinado de Dios. Fue por ello que sacrificaron todo lo que hasta ese momento había sido su vida y no tienen la menor intención de echarla por la borda. Jesús insistía: he venido a servir y dar la vida y estoy dispuesto a pagar el precio que haga falta: “Mirad que estamos subiendo a Jerusalén y el Hijo del Hombre será entregado”, les dijo.
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Aquello les calló como un jarro de agua fría. Les hizo presagiar lo peor.

Está a punto de llegar la hora en que Jesús, el Santo Inocente, sea detenido y torturado. Ellos lo abandonarán, ellas se quedarán cerca; después lo despojarán de su dignidad, lo humillarán y lo violarán en lo más nuclear de su ser criatura hasta la muerte.

El Templo lo juzgará y lo condenará por blasfemo, maldito de Dios. El Templo no soporta su ser compasivo, no soporta todo lo que ha dicho y hecho. “Ese anda con la chusma”, se oyó decir en el Templo, su implicación compasiva es satánica.

Jesús reacciona. Todo en esta vida tendrá perdón, pero decir que aliviar el sufrimiento, devolver la dignidad, levantar a los hundidos, aliviar a los agotados es obra de Satanás, eso es pecar contra el Santo y no tendrá perdón jamás, eso es mala fe.

El Templo, lugar de la Presencia que alimentaba las esperanzas de Israel, ha dejado de ser el hogar de los hijos e hijas de la casa de Israel, de los manchados, de los abatidos y desquiciados, de las dobladas y oprimidas.

Por eso será destruido. No vale, no sirve, es una cueva de bandidos, es un lugar de gentes que sólo han venido a robar y matar. No quedará piedra sobre piedra.

Jesús ha querido romper ese círculo infernal controlado desde el Templo en nombre de Dios. Ha querido hacer saltar por el aire ese mercadeo en que la casta dirigente ha convertido la salvación regalada por el Santo a todos sus hijos e hijas. Los manchados y los abatidos vieron asombrados que, como antaño hizo en Egipto el Dios de nuestros padres, el Señor con mano fuerte y brazo extendido liberaba y salvaba a su Pueblo.

Es cierto lo que la Virgen Madre cantó en el Magnificat: “Él hace proezas con su brazo, dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes”. La última y definitiva palabra pertenece a Dios.

Sigue habiendo mucho dolor, nuevos templos, donde se sigue traficando con el dolor. Sigue habiendo muchas víctimas. Muchos siguen siendo estigmatizados, arrojados a las cunetas de la dignidad de los hijos de Dios. Ante estos gritos, ante aquel que es la Palabra no podemos permanecer adocenados, indolentes, indiferentes…

Y hemos de confesar que algo de eso nos está sucediendo. Estamos asistiendo a auténticas barbaridades que atentan contra la vida y la dignidad de las personas y deberíamos reaccionar más allá de las consabidas lamentaciones bienintencionadas.

La comunidad cristiana tiene que seguir pronunciando, en nombre de Dios, palabras de alivio y dignificación. La comunidad cristiana tiene que seguir ejerciendo la compasión y la misericordia allá donde se haga presente. Hemos sido convocados para seguir los pasos de aquel que, en tantos hermanos nuestros, está subiendo a Jerusalén para ser sacrificados.

La hora está a punto de llegar, el Hijo del hombre será entregado para la salvación de todos.

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