06 noviembre 2008

Testimonios del noviciado (II)

Aquí os traemos una nueva entrega de los testimonios del noviciado.
En esta ocasión se trata de la experiencia de hospitales. Os animo a leerla completa, aunque sea un poco larga, seguro que no os deja indiferentes...

La experiencia del mes de hospitales

... Con los enfermos he ido descubriendo una relación preciosa. El primer día me pusieron la bata blanca y cuando me vi reflejado en la ventana, un escalofrío recorrió mi espalda. Aquella imagen me removía muchas cosas: me devolvía una pasión, un pasado, unos amigos, un futuro que había trabajado durante años...
Además los primeros contactos con los enfermos fueron difíciles: dar de comer a un paralítico cerebral o intentar hablar con un hombre con una traqueotomía no son experiencias fáciles y yo estaba con el registro de la medicina, con el pensamiento eficaz de qué hacer para mejorarle. Pero esto era distinto: el paralítico cerebral no te agradece nada ni mejora porque tú le inyectes el alimento por la sonda con más o menos cariño... Y así fui descubriendo lo poco eficaz que es aparentemente el amor, que no busca nada pero encuentra lo inesperado; y es que a los pocos días me vi sonriendo con cada uno de los enfermos y no buscando a los más fáciles de interactuar, como hubiera hecho por inercia; o me vi pasando los ratos muertos acariciando el pelo a un niño que probablemente no sea consciente de nada. Así que los frutos van llegando y voy descubriendo un amor distinto, más gratuito y al que le bastan unas miradas cómplices para hablar con los que no tienen voz para expresarse.

Pero el caso que más me ha sacudido ha sido el de José (cambio el nombre por respeto). Este enfermo entró un día antes que yo al Centro con un cáncer de laringe terminal y entraba para no morir solo en su casa. Era un hombre educado y tímido y se me abrió especialmente porque habíamos llegado a la vez y porque le tuve que acompañar en un par de viajes a los cuidados paliativos del hospital. La gente contaba historias de él: que había sido un vividor, bebedor, fumador y era famoso por sus correrías en la moto borracho tirando petardos... pero yo no quería ni escuchar esas historias. Yo conocí a otro hombre: José era de esos que había agachado la cabeza ante la prueba. Tenía 47 años y su madre había muerto hacía apenas 4 meses. Él era consciente de que el cáncer había podido con él y que entraba allí para morir pero aún así siguió luchando. En 12 días conseguimos que se aseara y comenzase a ir a misa, al rosario, se confesó...y sonreía con admiración y cariño mirando a dos enfermos (X e Y) paralíticos cerebrales que tras 25 años juntos se hablan con sólo mirarse, mientras se tomaba su enésimo descafeinado con galletas. Su último día lo pasamos en el hospital reponiéndose de una hemorragia que había sufrido por la noche. Todo fue providencial en sus últimos días: Dios quiso que muriese en su nueva familia (pues sus hermanos le habían dado la espada y no le vinieron a ver). En esa última tarde hicimos un precioso repaso por su vida. Ya había llegado a entender su voz a través de la cánula y me contaba sus años en Suiza, su relación con sus hermanos, y sobretodo sonreía y bajaba la mirada cuando me hablaba del cariño de la Madre superiora y la dulce Hermana Irene. También se sorprendía al descubrir el cariño que había cogido a los enfermos, cada uno con sus historias y limitaciones. A mi me llegó adoptar como sobrino cuando todo el personal me preguntaba si yo era el pariente que cuidaba de él. Así que aquella tarde preciosa acabé leyendo El Principito con el tío José mientras esperábamos la ambulancia de vuelta. Luego el viaje en ambulancia por aquellas curvas y cogido de mi mano entró en el Centro. Nos sentamos y la hermana Irene le fue a preparar su manjar preferido: un descafeinado con galletas. Eran las 11 de la noche y todos estaban en la cama. Yo me levanté para ir a hacer mi examen a la capilla. Sin saber por qué le pedí permiso: “Tío José, ¿te puedo dar un beso de buenas noches?” Sonrió y bajó la mirada como siempre. Me di la vuelta y oí un ruido fuerte. Al darme la vuelta me encontré con su mirada asustada y con sus manos intentaba inútilmente tapar una hemorragia que le desbordaba por la boca y por la traqueo. Le abracé por detrás y llamé a las hermanas. Vinieron la superiora e Irene. Y en cuestión de un minuto se vació de vida. No había duda ni ninguna actuación médica que realizar: estaba dejando este mundo abrazado a las 3 personas que había querido en sus últimos días. En los días en los que en verdad volvió a ser Persona y volvió a la Vida. La Madre iba rezando el Padrenuestro en su oído y su mirada se perdió para siempre.

Luego le limpiamos y le cambiamos de ropa. Pudimos rezar por él y cuidar su cuerpo yacente hasta el final. José había muerto como hacía un mes no podía imaginar: abrazado por 3 amigos tras haberse tomado un descafeinado con galletas. Lo último que recibió en su vida fue un beso. Aquella noche estaba destrozado por la fuerte experiencia pero una semilla de alegría había quedado en mi corazón: la semilla de la confianza en Él, de ver que el Padre tiene sus providencias para cuidar a los que más quiere, a los que han sido vapuleados por la vida.


1 comentario :

  1. Darnos a los demás, entregarnos por enteros como lo hizo Jesús, hasta el final, entregar amor, dar una palabra con la cual ayudar, ponerse en los zapatos del hermano y entenderlo. Q hermosa historia de ejemplo que me anima a luchar, a seguir, a Amar más!!!

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