01 noviembre 2008

Crónicas Peruanas (II)



Continuamos contándoos la experiencia que vivieron dos compañeros este verano en Perú, donde estuvieron colaborando con Fe y Alegría. En las fotos los podemos ver rodeados de niños, la verdadera alegría y esperanza de nuestro mundo. Os incluimos también un testimonio de uno de ellos. Es un poco largo pero creemos que resume lo que se fue moviendo en sus corazones durante esa maravillosa y también dura experiencia: Margaret se marchó corriendo cuando escuchó a su hermana mayor que le decía que su madre la andaba buscando desesperadamente. Salió corriendo y la perdí de vista con la misma rapidez con la que se echó en mis brazos la primera vez...

Llegábamos tarde al Mirador, al colegio de Fe y Alegría 65, el de la Chanchería, aquel que está situado en la zona más alta del barrio más pobre que jamás había visto. Nos esperaban para la celebración de la Eucaristía, pero el infernal tráfico de Lima nos había retrasado el tiempo suficiente para que las hermanas, que dirigen el colegio, decidieran sustituir la misa por una Celebración de la Palabra, en previsión de que no llegáramos. Después de subir la cuesta de barro y piedras que constituía la única carretera que permitía acceder al colegio, y de conmovernos de nuevo por la extrema pobreza de las chabolas que flanqueaban dicho camino, accedimos al colegio, y nos dirigimos al aula que hacía las veces de capilla. Al cruzar la puerta lo primero que vimos fue a un numeroso grupo de mujeres que, con sus niños correteando por todos sitios, nos miraban con gesto entre acogedor y temeroso. Inmediatamente, la hermana que guiaba la Ceremonia nos dio la bienvenida y nos anunció como jesuitas colaboradores de Fe y Alegría. En ese momento las miradas de aquellas mujeres transformaron el gesto de temor por otro más bien tímido, pero que conservaba la acogida y la cercanía. Nosotros nos situamos al fondo de la sala con la intención de no llamar demasiado la atención, pero el fracaso de nuestro plan se hizo manifiesto cuando, al poco tiempo, comenzaron a acercarse un buen grupo de niños. La Ceremonia continuaba, el Padre Antonio salió para decir unas palabras, pero nuestra atención ya no se despegaba de aquellos niños que seguían arremolinándose en torno a nosotros. Algunos vencían su timidez dándonos la mano, otros permanecían a la expectativa pero, en ese momento, Margaret se lanzo y se abrazo a mis piernas con toda la fuerza que le permitían sus escasos cinco añitos de vida.
Desde aquel instante no se separó de mi lado. Ayudó el que tuviera muchísimas cosquillas y que le fascinara que la levantara al cielo cuanto más alto mejor. Estuvimos jugando durante un buen rato; cada vez que la dejaba en el suelo se me volvía a abrazar, esperando que comenzara de nuevo el juego y, cuando no lo hacía, se me quedaba mirando nerviosa pero confiada, sabiendo que antes o después reaccionaría... Así pasamos el resto de la celebración, entre risas, juegos y silencios, pero siempre juntos, como si siempre hubiéramos sido una sola alma... Casi no me di cuenta cuando se marchó. Creo que fue la pequeña punzada de dolor que sentí en el corazón la que informó a mis sentidos de que se había marchado. Inmediatamente mi mente de ingeniero se puso a analizar lo sucedido, pero esta vez sin menospreciar lo que el corazón de jesuita había sentido. La imagen de Margaret, de sus cinco años, de su delgadez, de su ropa sucia y raída, de su pelo alborotado y, sobre todo, la imagen de sus ojos y el sonido de su risa, estaban adheridos a mi conciencia. Pero me esforcé por ir más allá, por descubrir qué había detrás de aquella niña pequeña que me había robado el corazón en tan solo quince minutos... La luz se hizo trayendo de la mano una idea que cruzó rápidamente por mi mente: era la sencillez de una vida donde no había ni rastro de miedo lo que me había conmovido. Todo en ella gritaba que no tenía nada que perder, que no tenía nada que defender más que la vida que se le había regalado...

La pobreza de la Chanchería conmueve porque se tiñe de miseria, pero mucho más lo hace porque deja entrever un secreto: el del pesebre de Belén, el de una alegría que es locura para los ricos y necedad para los sabios... La vida de Margaret fue para mí, aquella tarde, transfiguración de ese secreto que sólo pertenece a los pobres, los dueños del Reino de los Cielos.

Que el Señor nos conceda necedad y locura, y que éstas nos acerquen a los pobres, aquellos que transportan el secreto de la VIDA, aunque sea en vasijas de barro...

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