30 octubre 2008

Crónicas Peruanas (I)




Comenzamos incluyendo una pequeña Crónica escrita por uno de los escolares que anduvo por aquellas benditas tierras peruanas...

Esta tarde, de nuevo, salió el sol en Lima. Llevamos unos días en los cuales se nos regala esa bendición todas las tardes. No se trata de un sol radiante, siempre lo encontramos tímidamente escondido detrás de la bruma, pero conserva la suficiente fuerza como para hacer brotar la sombra en todo lo que se cruza en su camino.
Por otro lado, hoy había huelga general en el Perú. Por este motivo no hemos trabajado en la rifa, y eso nos ha dado la oportunidad de dedicar un día a reposar del trabajo que llevamos entre manos.
Gracias a estos dos elementos: el asueto y el regalo solar, decidí hacer un poco de ejercicio por la tarde. Me marché a correr por el paseo marítimo, pero la inercia me llevó hacia el mar, ni más ni menos que al océano pacífico.

Después de unos minutos agotadores (la falta de forma hacía estragos), paré en la playa y me quedé un buen rato observando cómo las olas rompían contra las piedras de la misma. Por un momento me transporté a mi Málaga, pero rápidamente caí en la cuenta de lo distinto que era todo aquí. A pocos metros donde me encontraba había unos niños jugando, eran peruanos y no precisamente de los "pitucos", que son los que podemos encontrar normalmente por esa zona. Ellos pertenecían al grupo de los peruanos que tienen que sudar para llegar a fin de semana y, a veces, a fin de día... Pero allí estaban, disfrutando de las olas de la misma manera que lo hacía aquel grupo de gringos con sus tablas de surf.
Después de unos minutos de contemplación, me dispuse a regresar. Esta vez el viento me frenaba y el recorrido fue mucho más penoso, pero conseguí llegar al paseo marítimo, que se encuentra elevado sobre el acantilado, a unos 50 metros sobre el nivel del mar. Desde allí pude darme cuenta de que el sol se estaba poniendo, y en esos momentos caí en la cuenta de que era la primera vez, y quizás la última, que podría contemplar ese espectáculo en Lima. Así que, de nuevo, me detuve para contemplar.
Justo en ese momento llegó un carro todoterreno del que bajó un señor muy bien vestido. Estábamos al lado de un hotel de lujo y de algunas caras oficinas, por eso no me llamó especialmente la atención, pero lo curioso es que no se dirigió hacia el hotel ni hacia las oficinas, sino que detuvo su carro, se bajó, y se puso a contemplar la puesta de sol, de la misma manera que yo lo estaba haciendo. Quizás también él se había dado cuenta de que aquello no se podía vivir todos los días.
Al minuto apareció un nuevo grupo de personas. Se trataba de una familia peruana de la sierra (sus rasgos y vestidos eran inconfundibles) donde por lo menos pude distinguir tres generaciones. Los niños correteaban en torno a la que seguramente era su abuela; el abuelo los miraba complacido, y los padres les animaban a parar un momento para contemplar la puesta de sol.
Por unos segundos nos encontramos todos observando aquel espectáculo y algo dentro de mí se alegró. Todos mirábamos lo mismo, todos nos asombrábamos y, a nuestra manera, dábamos gracias a Dios por ese regalo. ¿Dónde habían quedado las diferencias? "Quizás sea mucho más lo que nos une que lo que nos separa", pensé. Quizás el Señor mira mucho más allá, y no se preocupa por el color de nuestra ropa, de nuestra piel, o de nuestra alma; quizás aún haya esperanza...

El sol se ocultó detrás de una masa neblinosa, no pudimos verlo llegar al horizonte. Se marchó lentamente, se despidió con sencillez, sin sobresaltos, simplemente desapareció...

Me costó ponerme en marcha de nuevo. Trataba de descubrir, en medio de la bruma lejana, algún ligero rayo de sol que hubiera quedado rezagado. Finalmente, cuando perdí toda esperanza de encontrarlo, me puse de nuevo a caminar. En la memoria conservaba lo vivido minutos atrás y una sola frase se repetía sin pausa en mi conciencia, como la canción que uno escucha una y otra vez por miedo a olvidar lo que ella nos evoca: "es mucho más lo que nos une que lo que nos separa...".

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