"El propietario de tu cuerpo eres tú.
Tú eres quien toma decisiones".
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Bernat Soria, Ministro de Sanidad
ppEsta afirmación la hemos podido leer ayer en la prensa española en el marco de una entrevista realizada al Ministro de Sanidad. Tras la afirmación, los cambios en la ley del aborto y de la llamada "muerte digna" que se avecinan. ¿Qué nos está pasando? ¿Cuáles son los límites de las libertades individuales?
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Dejemos la polémica para otros foros y vayamos a la fuente. Nos podrá ayudar un texto de Dolores Aleixandre sobre la expresión bíblica "seno materno". Simplemente lo transcribo...
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El amor de los padres es la experiencia relacional universalmente reconocida como la más honda, verdadera y gratuita. Es un amor que no reclama nada a cambio, y sus manifestaciones van más allá de todo cálculo. Por eso no es de extrañar que los autores bíblicos acudan a ella, aunque lo hagan con sobriedad retenida, para evitar que YHWH sea confundido con los dioses de las religiones naturalistas de otros pueblos.
Sus representaciones imaginativas no se limitan a hablar de la paternidad de Dios, sino que, a la hora de expresar su experiencia de cómo es ese Dios por el que se sienten acogidos e inexplicablemente queridos, recurren a un adjetivo verbal, rahun, de la misma raíz que se emplea para decir útero, seno materno, y cuya mejor traducción sería “entrañable”. A través de él nos comunican imágenes de abrigo y protección cálida, de nutrición, seguridad y vida a salvo dentro de un espacio acogedor materno que posibilita la existencia y el crecimiento .
La matriz es el espacio en el que la vida se desarrolla, y la imagen evoca la existencia de relaciones de solicitud, afinidad y cercanía entre YHWH y su pueblo.
En uno de sus diálogos con Él, lleno de desinhibición y atrevimiento, Moisés le advierte que no se le ocurra cargarle a él con unas obligaciones que no son las suyas, y le recuerda que la verdadera madre del pueblo es Él mismo (usa los verbos concebir, engendrar y llevar en el regazo):
“¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o le he dado a luz para me digas: “Toma en tus brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres”? ¿De dónde sacaré carne para repartir a todo el pueblo?... Vienen a mí llorando: “Danos a comer carne”. Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas...” (Num. 11, 11-15)
Pero más allá de las cualidades convencionalmente asociadas con la maternidad, como la ternura, el cuidado y la nutrición, aparecen otras menos relacionadas con la dulzura y más con la defensa activa. Quienes generan vida se arriesgarán por ella y lucharán contra todo lo que impida su realización. A esa experiencia recurre Oseas cuando, atrevidamente, habla de Dios como de “una osa a quien le roban las crías...” (Os. 13, 8).
La faceta divina que se quiere expresar a partir de la metáfora del amor materno abarca la implicación de Dios con su creación, a la que ha “gestado”, y su compromiso con su mantenimiento, crecimiento y sustento . La fe en Dios como creador no es completa si se queda solamente en la conciencia de la distancia, la diferencia y la dependencia radical del mundo con respecto a Él. Hablar de Dios como madre supone ir más allá de las relaciones de poder y de la insistencia en nuestra inferioridad e insuficiencia; aceptar ese “modelo” supone la convicción de que Él/Ella, que nos ha traído a la existencia, desea nuestro crecimiento y nuestra plenitud y está implicado activamente en ello.
Otra característica del amor materno es su gratuidad, su incomprensible capacidad de no necesitar cualidades ni méritos para amar, y de cuidar de los hijos menores, o enfermos, o limitados, con más solicitud que de los fuertes. Una madre prefiere a su hijo más pequeño hasta que crezca, al que está enfermo hasta que se cure, al que está de viaje hasta que vuelva a casa.
Sus representaciones imaginativas no se limitan a hablar de la paternidad de Dios, sino que, a la hora de expresar su experiencia de cómo es ese Dios por el que se sienten acogidos e inexplicablemente queridos, recurren a un adjetivo verbal, rahun, de la misma raíz que se emplea para decir útero, seno materno, y cuya mejor traducción sería “entrañable”. A través de él nos comunican imágenes de abrigo y protección cálida, de nutrición, seguridad y vida a salvo dentro de un espacio acogedor materno que posibilita la existencia y el crecimiento .
La matriz es el espacio en el que la vida se desarrolla, y la imagen evoca la existencia de relaciones de solicitud, afinidad y cercanía entre YHWH y su pueblo.
En uno de sus diálogos con Él, lleno de desinhibición y atrevimiento, Moisés le advierte que no se le ocurra cargarle a él con unas obligaciones que no son las suyas, y le recuerda que la verdadera madre del pueblo es Él mismo (usa los verbos concebir, engendrar y llevar en el regazo):
“¿Por qué tratas mal a tu siervo y no le concedes tu favor, sino que le haces cargar con todo este pueblo? ¿He concebido yo a todo este pueblo o le he dado a luz para me digas: “Toma en tus brazos a este pueblo, como una nodriza a la criatura, y llévalo a la tierra que prometí a sus padres”? ¿De dónde sacaré carne para repartir a todo el pueblo?... Vienen a mí llorando: “Danos a comer carne”. Yo solo no puedo cargar con todo este pueblo, pues supera mis fuerzas...” (Num. 11, 11-15)
Pero más allá de las cualidades convencionalmente asociadas con la maternidad, como la ternura, el cuidado y la nutrición, aparecen otras menos relacionadas con la dulzura y más con la defensa activa. Quienes generan vida se arriesgarán por ella y lucharán contra todo lo que impida su realización. A esa experiencia recurre Oseas cuando, atrevidamente, habla de Dios como de “una osa a quien le roban las crías...” (Os. 13, 8).
La faceta divina que se quiere expresar a partir de la metáfora del amor materno abarca la implicación de Dios con su creación, a la que ha “gestado”, y su compromiso con su mantenimiento, crecimiento y sustento . La fe en Dios como creador no es completa si se queda solamente en la conciencia de la distancia, la diferencia y la dependencia radical del mundo con respecto a Él. Hablar de Dios como madre supone ir más allá de las relaciones de poder y de la insistencia en nuestra inferioridad e insuficiencia; aceptar ese “modelo” supone la convicción de que Él/Ella, que nos ha traído a la existencia, desea nuestro crecimiento y nuestra plenitud y está implicado activamente en ello.
Otra característica del amor materno es su gratuidad, su incomprensible capacidad de no necesitar cualidades ni méritos para amar, y de cuidar de los hijos menores, o enfermos, o limitados, con más solicitud que de los fuertes. Una madre prefiere a su hijo más pequeño hasta que crezca, al que está enfermo hasta que se cure, al que está de viaje hasta que vuelva a casa.
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