22 agosto 2008

La voluntad de Dios (7)

Concluimos esta serie que iniciamos sobre la "voluntad de Dios". Nos hemos acercado a algunas nociones que nos pueden ayudar a aclararnos en su búsqueda. Lo último... ejercitarse.
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¿Cuáles son las estrategias, la "gimnasia" que nos permite mantener con vigor nues­tra atención, que permite mantener en for­ma nuestra lucidez? Cuatro movimientos conforman la tabla, movimientos que, tra­bajados día a día, nos hacen ágiles en el discernimiento y hacen de éste no un so­breesfuerzo sino nuestro modo habitual de ser cristianos. Los enuncio con cuatro infinitivos, para luego explicarlos: exa­minar, contemplar, escuchar y exponerse.

Examinar: detenerse cada día para preguntarme qué es lo que estoy reci­biendo, qué es lo que está pasando, qué estoy recibiendo y qué estoy dando... Sen­tarme cada día un rato en el balcón que da a la plaza de mi vida para captar lo que pasa por ella: no contentarse con miradas furtivas y esporádicas a través de la ven­tana. No se trata de un ejercicio de mate­máticas o de contabilidad, sino de un ejercicio de sosiego interior y de sensibi­lidad. Este sencillo ejercicio nos da una agilidad increíble cuando es cotidiano, y tiene, además, importantes efectos tera­péuticos: en su cotidianeidad se genera memoria, somos invitados a descubrir que también en los días grises, o negros, recibimos, y que incluso en los días que nos parecen "gloriosos" hay algo de lo que debemos pedir perdón.

Contemplar: no hay que asustarse, de entrada, porque el ejercicio es más sencillo de lo que parece: no es sólo para campeones olímpicos del atletismo espiritual. Tiene, eso sí, una exigencia que nos cuesta a veces: quitarnos nosotros del centro. Poner a otro ante nosotros y saber, sencillamente, mirar: caer en la cuenta de los detalles, adivinar los sentimientos que los gestos manifiestan, saborear las palabras, gozar con los matices... En la contemplación se nos hace interior la Palabra y concretos los acentos; en la contemplación nuestra sensibilidad es transformada hasta hacer nuestros sus gustos, sus sentimientos, sus preferencias, sus maneras de estar...

Nuestra tabla cotidiana tiene, por suerte, un ejercicio que de entrada damos por fácil: escuchar. Pero, no es tan fácil como parece. Porque escuchar significa disposición a recibir, paciencia para admitir el ritmo del otro, capacidad de encaje de lo inesperado y lo sorprendente, inteligencia para captar aquello que es dado sin palabras, elegancia para valorar un contenido torpemente envuelto o presentado... Escuchar no es oírme a mi mismo en el otro, ni seleccionar aquello que me conviene, ni utilizar las palabras del otro como material de una respuesta preconcebida. Escuchar nos va cogiendo por dentro, nos va enganchando, porque percibimos que se nos dice, y mucho...

Exponerse: algo de intemperie en nuestra vida. Pequeños rodeos más allá del itinerario marcado, salir a la calle alguna vez sin abrigo o sin paraguas, acercarse al lugar que no está en el plano. O dejar de vez en cuando el coche y subir al autobús, al metro, al tren de cercanías. O ir a pie. Porque las rutinas atontan, enmohecen nuestros músculos interiores, nos dejan clavados en los huecos en los que nos hemos aposentado.

Discernir, buscar la voluntad de Dios en el día a día de nuestra vida es, básicamente, esta gimnasia interior: examinar, contemplar, escuchar y asumir algún riesgo. Todo ello nos hace "atentos", y en la "atención" creciente nuestro amor al Señor se hace más delicado, nuestro seguimiento de Jesús más cercano y nuestro servicio a los demás más desinteresado. Buscar la delicadeza en el amor, la cercanía en el seguimiento, el desinterés en el servicio: eso, y no otra cosa, es "buscar la voluntad de Dios".
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Darío Mollá, sj

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