Es cierto, ha habido momentos en que lo veía con claridad. Todo parecía apuntar en esa dirección y no entiende por qué ahora se siente confuso y lleno de evidencias que le dicen que es mejor dejarlo estar, que esto no es lo suyo, que... Ve razones a favor y en contra. No sabe a qué se deben esas idas y venidas. Está enfrascado en un combate.
"Hay un deseo amoroso de Dios sobre el mundo y un amor de Dios por mí en concreto. El amor experimentado y acogido me lleva a querer identificarme con el deseo de Dios. Pero llevar a buen puerto ese deseo de Dios, que es salvación para mí y para el mundo, tropieza con resistencias, dificultades, engaños. En frase evangélica: "el espíritu es animoso, pero la carne es débil"; y por ello, "mantenéos despiertos y pedid no ceder a la tentación" (Mc, 14,38). Ser de veras cristiano nos pide vivir atentos, "vigilantes" en el lenguaje del evangelio.
El amor a que nos llama el evangelio es un amor lúcido, porque carente de lucidez el amor, y el seguimiento, se van desvirtuando, van perdiendo fuerza. No sólo por las resistencias exteriores, los valores y fuerzas antievangélicos que hay en la sociedad y que lo frenan hasta poder pararlo; dentro de nosotros también hay combate, un intenso combate entre impulsos de amor y resistencias al amor.
Los enemigos de un amor concreto son varios, activos y poderosos. En primer lugar, la lógica antievangélica (la de siempre: riqueza, prestigio, protagonismo, cuidado de la propia imagen, afán de poder o dominio...); esta lógica no es sólo exterior, periférica a nosotros: está más dentro de nosotros mismos de lo que pensamos; no podemos ser ingenuos: ¡no se tienen los pulmones puros cuando se vive en una atmósfera contaminada!
También son "enemigo" los intereses creados, los "irrenunciables" que cada uno de nosotros tenemos; no sólo cosas, también ideas, lugares, trabajos, personas...: sucede a veces que sentimos que "eso en concreto" nos aparta de Dios, pero estamos dispuestos a renunciar a cualquier cosa que Dios nos pida "menos a eso", que es precisamente el obstáculo entre el amor de Dios y nosotros. Y otro gran enemigo de nuestra fidelidad a Dios y a su proyecto son nuestros miedos: especialmente los miedos al conflicto, a la minusvaloración, a la pérdida de imagen, a un cierto "aislamiento" social y/o familiar, al compromiso más radical y globalizante. A este batallón de "enemigos", particularmente activo y hábil, siempre presente en nuestra vida, es al que en un cierto lenguaje de discernimiento se le llama "mal espíritu". La enorme fuerza de ese "mal espíritu" radica en su habilidad y en su sutileza, en su capacidad de engañar: eso es lo que le hace verdaderamente temible. Se me mete dentro de mí, se me hace mío, se camufla con extraordinaria habilidad en mis propios discursos, lógica, hábitos, estilos y comportamientos...; va ganando terreno poco a poco.
Casi nunca se suele presentar de frente: proponiéndome una clara abdicación de Dios, de mis deseos de identificarme o trabajar por Él; eso sería demasiado claro, poco "engañoso"; se presenta camuflado, entra por el "portillo de la traición". Su discurso es más bien: "si no pasa nada", "tampoco es para ponerse así', "no hay que exagerar", "mira lo que hace aquel", "tú también tienes derecho a no machacarte, a descansar", etc...
Pero en nosotros hay "combate" porque hay dos fuerzas que chocan. También Dios actúa. Dios actúa activando nuestro deseo, nuestra generosidad, moviendo los impulsos más nobles y más altruistas de nuestro ser, dándonos pistas para descubrir los "engaños" y trampas que se nos tienden. Dios actúa dando fortaleza interior, coraje, capacidad de afrontar el combate... A ese actuar de Dios, fuera y dentro de nosotros mismos, se le llama en ese mismo lenguaje de discernimiento al que nos hemos referido "buen espíritu". El actuar de Dios es, sin embargo, discreto, humilde, respetuoso de la libertad. Dios actúa constantemente y en una multiplicidad de factores: pero sin aparecer, ni avasallar, sin aplastar el funcionamiento de las cosas o las personas. Hay que detectar su paso y su presencia, hay que reconocerle. Y se manifiesta así porque, al contrario que el "mal espíritu", no quiere hombres ni mujeres encadenados, privados de libertad, engañados. Dios prefiere perder la partida con el hombre que hacer trampas con él."
Darío Mollá, sj
El amor a que nos llama el evangelio es un amor lúcido, porque carente de lucidez el amor, y el seguimiento, se van desvirtuando, van perdiendo fuerza. No sólo por las resistencias exteriores, los valores y fuerzas antievangélicos que hay en la sociedad y que lo frenan hasta poder pararlo; dentro de nosotros también hay combate, un intenso combate entre impulsos de amor y resistencias al amor.
Los enemigos de un amor concreto son varios, activos y poderosos. En primer lugar, la lógica antievangélica (la de siempre: riqueza, prestigio, protagonismo, cuidado de la propia imagen, afán de poder o dominio...); esta lógica no es sólo exterior, periférica a nosotros: está más dentro de nosotros mismos de lo que pensamos; no podemos ser ingenuos: ¡no se tienen los pulmones puros cuando se vive en una atmósfera contaminada!
También son "enemigo" los intereses creados, los "irrenunciables" que cada uno de nosotros tenemos; no sólo cosas, también ideas, lugares, trabajos, personas...: sucede a veces que sentimos que "eso en concreto" nos aparta de Dios, pero estamos dispuestos a renunciar a cualquier cosa que Dios nos pida "menos a eso", que es precisamente el obstáculo entre el amor de Dios y nosotros. Y otro gran enemigo de nuestra fidelidad a Dios y a su proyecto son nuestros miedos: especialmente los miedos al conflicto, a la minusvaloración, a la pérdida de imagen, a un cierto "aislamiento" social y/o familiar, al compromiso más radical y globalizante. A este batallón de "enemigos", particularmente activo y hábil, siempre presente en nuestra vida, es al que en un cierto lenguaje de discernimiento se le llama "mal espíritu". La enorme fuerza de ese "mal espíritu" radica en su habilidad y en su sutileza, en su capacidad de engañar: eso es lo que le hace verdaderamente temible. Se me mete dentro de mí, se me hace mío, se camufla con extraordinaria habilidad en mis propios discursos, lógica, hábitos, estilos y comportamientos...; va ganando terreno poco a poco.
Casi nunca se suele presentar de frente: proponiéndome una clara abdicación de Dios, de mis deseos de identificarme o trabajar por Él; eso sería demasiado claro, poco "engañoso"; se presenta camuflado, entra por el "portillo de la traición". Su discurso es más bien: "si no pasa nada", "tampoco es para ponerse así', "no hay que exagerar", "mira lo que hace aquel", "tú también tienes derecho a no machacarte, a descansar", etc...
Pero en nosotros hay "combate" porque hay dos fuerzas que chocan. También Dios actúa. Dios actúa activando nuestro deseo, nuestra generosidad, moviendo los impulsos más nobles y más altruistas de nuestro ser, dándonos pistas para descubrir los "engaños" y trampas que se nos tienden. Dios actúa dando fortaleza interior, coraje, capacidad de afrontar el combate... A ese actuar de Dios, fuera y dentro de nosotros mismos, se le llama en ese mismo lenguaje de discernimiento al que nos hemos referido "buen espíritu". El actuar de Dios es, sin embargo, discreto, humilde, respetuoso de la libertad. Dios actúa constantemente y en una multiplicidad de factores: pero sin aparecer, ni avasallar, sin aplastar el funcionamiento de las cosas o las personas. Hay que detectar su paso y su presencia, hay que reconocerle. Y se manifiesta así porque, al contrario que el "mal espíritu", no quiere hombres ni mujeres encadenados, privados de libertad, engañados. Dios prefiere perder la partida con el hombre que hacer trampas con él."
Darío Mollá, sj
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