28 agosto 2008

Ignacio de Loyola, peregrino (2)

Seguimos el rastro de Ignacio de Loyola, peregrino. Como decía Jerónimo Nadal, jesuita y estrecho colaborador suyo en los inicios de la Compañía: «Maestro Ignacio encaminó su corazón hacia donde lo conducía el Espíritu y la vocación divina, con singular humildad seguía al Espíritu, no se le adelantaba; y así era conducido con suavidad adonde no sabía»...
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En esta primera etapa tras su conversión, su deseo de abajamiento le lleva a extremos bien originales: no le basta con ir sin dinero, sino que busca la simplificación máxima de las relaciones humanas, aquella que se produce desde el último lugar, aunque sea a costa del desprecio y que le aboque a situaciones comprometidas. En una ocasión, mientras atravesaba un territorio ocupado por las tropas francesas, fue detenido por sospechoso de espionaje. Y el mismo Ignacio nos lo explica:

“Tenía por costumbre de tratar de vos [nuestro actual «tu»] a cualquier persona que fuese, porque pensaba que así lo habían hecho Jesús y sus discípulos. Yendo detenido, pensó que tal vez sería bueno dejar aquella costumbre en aquel trance, y tratar de «señoría» al capitán que le iba a interrogar, temiendo que le torturaran. Pero cayó en la cuenta de que era una tentación, y se dijo a sí mismo: no le trataré de «señoría», ni le haré ninguna reverencia, ni me quitaré la capucha” (Autobiografía., 52).

El resultado fue que el capitán lo tomó por loco y se lo sacudió de encima. Dos años después, en Alcalá, “empezó a mendigar y a vivir de limosnas. Y cuando ya llevaba viviendo de esta manera diez o doce días, un clérigo, y otros que estaban con él, viéndole pedir limosna, se empezaron a reír de él y a insultarle, como se suele hacer a éstos que, estando sanos, mendigan” (Ib., 56).

A estos años le corresponden también detenciones y temporadas en la cárcel por sospechoso de iluminismo y perturbador de la juventud. En Alcalá estuvo encerrado durante cuarenta y dos días, y en Salamanca, veintidós. Sólo quien haya estado en una cárcel puede saber lo que marca una experiencia de este tipo. Ya no estamos en la base de la pirámide, sino en sus catacumbas.

El peregrino que pensaba ir a Tierra Santa y quedarse allí para siempre, fue descubriendo poco a poco que su peregrinación era más profunda, y que Dios no le dejaba detenerse en ningún lugar, porque su término era Él mismo. De este modo fue conducido e interiorizando el paisaje desolado de la periferia: la mendicidad, el hambre, la incertidumbre de encontrar cobijo cada noche, asaltos en los caminos, abusos en los albergues, tempestades en el mar que por dos veces le amenazaron de muerte, epidemias de peste, territorios ocupados, burlas, insultos, prisión... Ignacio ya no podía descender más. Fue pasando por cada uno de los ritos iniciáticos de la marginación, y todo ello se fue grabando en su ser.
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A lo largo de todo este recorrido, fue experimentando que cuanto mayor era el despojo (tanto sociológico como interior, es decir, la renuncia a su propia voluntad), mayor era también la experiencia de la presencia de Dios: al ser expulsado de Tierra Santa, al ser apaleado en Barcelona, en la soledad de sus largas caminatas, encarcelado, interrogado, burlado, es cuando más siente la cercanía de Jesús. De este modo, Ignacio era iniciado en el misterio de la voluntad de Dios: “En este tiempo le trataba Dios de la misma manera que trata un maestro de escuela a un niño, enseñándole” (Autobiografía, 27).

Poco a poco Ignacio aprende a discernir la voluntad de Dios para él. Entiende que como simple mendigo, o peregrino, no puede ayudar con eficacia a los demás: no hace más que despertar desconfianza y recelos de las autoridades. Y así iremos asistiendo a un cambio: tres años después de haber iniciado su despojo, comprende que debe ponerse a estudiar. Siendo estudiante en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París, mantendrá su obstinación por vivir desprotegido de todo, pero con matices diferentes: cuando la intemperie se hace incompatible con los estudios, dejará de vivir al día y dedicará los veranos para recolectar limosna. De este modo no se distraerá durante el curso por tener que estar pendiente de su manutención.

A continuación vienen años de tanteo: se le plantea el reto de ir nutriéndose de cultura sin que ello le prive de tener su única confianza en Dios, desprotegido de cualquier otra seguridad. En París empezará a surgir un grupo de compañeros estable. La primera idea es vivir juntos esta continua experiencia de intemperie y de peregrinaje, poniéndose al servicio de las necesidades que vayan surgiendo a su paso. Pero Ignacio sigue teniendo una idea fija: actuar en Tierra Santa. Tras un año de esperar infructuosamente en Venecia a que les embarque alguna nave, entienden que deben renunciar también a esta ilusión, que Dios no los quiere ligados a ningún lugar. De este modo asistimos a la segunda etapa de su conversión.
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mañana continuará…

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