29 agosto 2008

Bendito seas, Señor, Padre Santo porque en tu infinita bondad, con la voz del Espíritu, siempre has llamado a hombres y mujeres, que ya consagrados en el Bautismo, fuesen en la Iglesia signo del seguimiento radical de Cristo, testimonio vivo del Evangelio, anuncio de los valores del Reino, profecía de la Ciudad última y nueva.

Te glorificamos, Padre, y te bendecimos, porque en Jesucristo, tu Hijo, nos has dado la imagen perfecta del servidor obediente: Él hizo de tu voluntad su alimento, del servicio la norma de vida, del amor la ley suprema del Reino.


Te glorificamos, Padre, y te bendecimos, porque en Jesucristo, nuestro hermano, nos has dado el ejemplo más grande de la entrega de sí: Él, que era rico, por nosotros se hizo pobre, proclamó bienaventurados a los que tienen espíritu de pobre y abrió a los pequeños los tesoros del Reino.

Te glorificamos, Padre, y te bendecimos, porque en Jesucristo, hijo de la Virgen Madre, nos diste un modelo supremo de amor consagrado: Él, Cordero inocente, vivió amándote y amando a los hermanos, murió perdonando y abriendo las puertas del Reino.

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