30 julio 2008

El santo que eligió la alegría

Alegre en tu juventud, tu conversión a Dios no te robó la alegría, y cuando observaste en tus lecturas que unos pensamientos te dejaban triste y otros alegre, escogiste la alegría como criterio para adivinar donde andaba el buen camino. Como ha escrito alguien, tu fuiste “el santo que eligió la alegría”.

Al principio de tu conversión, cuenta Ribadeneira, que fuiste muy tentado de la risa y que venciste ese exceso natural a “puras disciplinas”, extraño método que debió conseguir sólo medianos resultados, pues muchos años después, un extraño personaje, que nadie sabe de dónde pudor lograr información sobre ti, te describía como “un pequeño españolito, un poco cojo, que tiene los ojos alegres”.

No sólo eras alegre, sino que repartías alegría a los demás, y cuando tropezabas con alguno de tus hijos tentado de tristeza “le mostrabas tanta alegría en la mirada que parecía que querías meterlo dentro del alma".

“De todo sea siempre bendito y alabado el Criador y Redentor nuestro, de cuya liberalidad infinita mana todo bien y gracia; y a él plega cada día abrir más la fuente de sus misericordias en este efecto de aumentar y llevar adelante lo que en vuestras ánimas ha comenzado.

Y no dudo de aquella suma Bondad suya, sumamente comunicativa de sus bienes y de aquel eterno amor con que quiere darnos nuestra perfección, mucho más que nosotros recibirla, que lo hará. Así que de su parte cierto es que él está presto, con que de la nuestra haya vaso de humildad y deseo de recibir sus gracias”

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