23 mayo 2008

Un recuerdo del P.Arrupe

«Recuerdo que me llamaba mucho la atención el ver a una catecúmena que se pasaba horas muertas arrodillada ante el sagrario. Llegaba a la Capilla y avanzando con ese silencio peculiar de quien está acostumbrado a andar descalzo y sin ruidos desde la infancia, se acercaba al Señor cuanto su respeto se lo permitía y allí permanecía indiferente a cuanto le rodeaba. Un día nos tropezamos cuando ella salía. Empezamos a hablar y poco a poco, sin extorsiones ni violencias arrastré el tema de la conversación hacia sus visitas al Santísimo. En un momento en que me dio pie para ello con una de sus frases pregunté: ¿Qué hace usted tanto tiempo ante el sagrario?

Sin vacilar, como quien tiene ya pensada de antemano la respuesta, me contestó: Nada.

¿Cómo que nada? -insistí-. ¿Le parece a usted que es posible permanecer tanto tiempo sin hacer nada?

Esta precisión de mi pregunta que borraba toda posible ambigüedad pareció desconcertarle un poco. No estaba preparada para este juicio de investigación, por eso tardó más en responder. Al fin abrió los labios: ¿Que qué hago ante Jesús Sama? Pues... ¡estar! -me aclaró.

Y volvió a callarse. Para un espíritu superficial había dicho poco. Pero en realidad no había callado nada. En sus pocas palabras estaba condensada toda la verdad de esas horas sin fin pasadas junto al Sagrario. Horas de amistad. Horas de intimidades en las que nada se pide ni nada se da. Solamente se está. Desgraciadamente son muy pocos los que saben comprender el valor de este “estar con Cristo”, pues para ser real “estar” tiene que encerrar una entrega a Cristo en el Sagrario que no tenga otro objeto que estar -sin hacer nada, con el fin de acompañar- si a esto se le puede llamar no hacer nada.»

No hay comentarios :

Publicar un comentario