La fuerza y la luminosa creatividad de Arrupe nacían de su absoluta disponibilidad para Dios y de su cotidiana e incansable oración. Una oración que realizaba en la que él llamaba Mi catedral: una pequeña capilla, cerca de su despacho. Y rezaba de rodillas, en la misma postura en la que aprendió a rezar en sus años en Japón: “Señor, que yo pueda sentir con tus sentimientos, los sentimientos de tu Corazón, con que amabas al Padre y a los hombres y mujeres…”. 12 noviembre 2007
La fuerza y la luminosa creatividad de Arrupe nacían de su absoluta disponibilidad para Dios y de su cotidiana e incansable oración. Una oración que realizaba en la que él llamaba Mi catedral: una pequeña capilla, cerca de su despacho. Y rezaba de rodillas, en la misma postura en la que aprendió a rezar en sus años en Japón: “Señor, que yo pueda sentir con tus sentimientos, los sentimientos de tu Corazón, con que amabas al Padre y a los hombres y mujeres…”.
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