Arrupe veía con claridad las necesidades de un mundo que conocía ampliamente, sobre todo en sus miserias: la injusticia y la falta de fe. Era urgente inculturar el Evangelio en todos los pueblos, en todas las culturas, así como luchar sin descanso por un mundo más humano y más justo. Adaptación, actualización y renovación serán para él palabras clave. Y al mismo tiempo, fidelidad a los orígenes de la Compañía de Jesús y a su fundador, Ignacio de Loyola.
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