“Los cielos abiertos, un Dios Padre visible, un Dios Hijo que baja a la tierra haciéndose hombre para la salvación del mundo: misterio que en las generaciones pasadas no fue dado a conocer a los hombres. Por eso doblo mis rodillas ante el Padre" [Padre Arrupe]
LOS COLORES. Los colores fundamentales: azul y amarillo. Uno descendiendo. El otro emergiendo. Ambos encontrándose. El cielo y la tierra, la divinidad y la humanidad. Por la encarnación de Jesucristo participamos de la vida de Dios, somos divinizados. UN NOMBRE. El nombre identifica pero también dice algo de quiénes somos. Pedro, es piedra. Lo sólido en donde apoyarse. Pedro es el nombre que Jesús da a su primer discípulo y así le configura como piedra y fundamento. El nombre está escrito en negro y blanco, participación en la muerte y resurrección de Cristo. El nombre está situado en el espacio de conjunción donde cielo y tierra se unen, donde encarnación y glorificación se conjuntan. UNA POSTURA. Arrodillado, expresión de adoración, reverencia y reconocimiento. Con la cabeza reclinada y los ojos cerrados, para mirar el corazón habitado por el Espíritu de Dios. Con los pies descalzos signo de despojo. Con las manos abiertas en contacto pleno con la corporalidad. UNA PRESENCIA. El trazo luminoso sobre la cabeza y el pecho, conciencia que se abre a la presencia iluminadora de Dios en la vida, a la obra que su Espíritu va realizando en lo profundo del ser. LOS ZAPATOS. Los zapatos quitados a una distancia del cuerpo. Despojo y libertad. Frutos que verifican la autenticidad de la experiencia espiritual. Disponibilidad ante el querer de Dios. UNA VENTANA EN FORMA DE CRUZ. Toda esta imagen está captada desde la ventana que mira al Oratorio. En primer plano, la cruz, la entrega, el amor hasta el extremo como camino que abre a la salvación.
LOS COLORES. Los colores fundamentales: azul y amarillo. Uno descendiendo. El otro emergiendo. Ambos encontrándose. El cielo y la tierra, la divinidad y la humanidad. Por la encarnación de Jesucristo participamos de la vida de Dios, somos divinizados. UN NOMBRE. El nombre identifica pero también dice algo de quiénes somos. Pedro, es piedra. Lo sólido en donde apoyarse. Pedro es el nombre que Jesús da a su primer discípulo y así le configura como piedra y fundamento. El nombre está escrito en negro y blanco, participación en la muerte y resurrección de Cristo. El nombre está situado en el espacio de conjunción donde cielo y tierra se unen, donde encarnación y glorificación se conjuntan. UNA POSTURA. Arrodillado, expresión de adoración, reverencia y reconocimiento. Con la cabeza reclinada y los ojos cerrados, para mirar el corazón habitado por el Espíritu de Dios. Con los pies descalzos signo de despojo. Con las manos abiertas en contacto pleno con la corporalidad. UNA PRESENCIA. El trazo luminoso sobre la cabeza y el pecho, conciencia que se abre a la presencia iluminadora de Dios en la vida, a la obra que su Espíritu va realizando en lo profundo del ser. LOS ZAPATOS. Los zapatos quitados a una distancia del cuerpo. Despojo y libertad. Frutos que verifican la autenticidad de la experiencia espiritual. Disponibilidad ante el querer de Dios. UNA VENTANA EN FORMA DE CRUZ. Toda esta imagen está captada desde la ventana que mira al Oratorio. En primer plano, la cruz, la entrega, el amor hasta el extremo como camino que abre a la salvación.
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